- ¿Diga? -.
- Hola, buenos días. ¿Es usted
Gabriel? -.
- Si, así es -.
- ¿El doctor Gabriel? -.
- Sí, sí, ¿En qué puedo ayudarle?
- Me salió esa pregunta pues la carga de ansiedad y angustia que detecté al
otro lado del teléfono me sobrecogió el corazón, aunque lamentablemente me era
común. Aun así y a pesar de haber recibido alguna que otra llamada similar, uno
nunca se acostumbraba…
- Por fin doy con usted, ¿sabe?,
no es tan fácil encontrarlo, he tardado meses en conseguir este teléfono, me he
metido en foros, hablado con amigos he incluso he visitado cientos de veces el
hospital en el que trabajó, aunque allí no saqué nada en claro -. Me decía
atropelladamente.
- Si, no tengo muchos amigos en
el gremio, aunque eso es otra historia… pero cuénteme, ¿Por qué tanto afán por
dar conmigo? -. Le insistía.
- Me llamo Ainoa y necesito su
ayuda pues mi hijo Elías lleva en coma seis meses y ya no puedo hacer frente a
las facturas del hospital, además, se han dado por vencidos y me han dicho que
ya no pueden hacer nada por él. – Hablaba entrecortada y cada pocas palabras
sorbía por la nariz aparatosamente delatando que lloraba desconsoladamente.
- Muy bien, no se preocupe y
tráigame a Elías. Vaya al… - No me dejó acabar la frase cuando estalló en lloros.
- ¡Muchísimas gracias!, ¡Es usted
un ángel! –.
- Bueno, bueno, todavía no he
hecho nada –.
- Sólo con prestarme su ayuda ya
es más de lo que han hecho por mí estos últimos meses -.
- Bueno…, como le decía, vaya al
hospital y arregle los papeles, que créame, le llevará su tiempo -.
- Muchas gracias – según le iba
aclarando qué hacer, se iba calmando poco a poco y los sollozos fueron
desapareciendo paulatinamente.
- Le harán muchas preguntas
acerca de dónde va a llevar a su hijo, usted muéstrese seca pero no grosera y
dígales que ha contratado los servicios de una enfermera que le cuidará en su
casa -. Le iba explicando despacio.
- Deme su dirección y mañana a
las ocho de la mañana les recogerá una ambulancia; cuando vengan podremos charlar más
detenidamente y entrar en detalles -.
- Muchísimas gracias, no puedo
expresar con palabras como me siento ahora mismo, muchísimas gracias. – Colgó
el teléfono y en mi despacho volvió a reinar un silencio sepulcral tan sólo
roto por el rítmico sonido del reloj de péndulo de mi abuelo que presidía toda
aquella estancia.
Al día siguiente alrededor de las
diez de la mañana llegó la ambulancia, tardaron más de lo que había imaginado,
pero no me extrañó en exceso pues transportar a un paciente en coma, es mucho
más complicado de lo que parece. – Buenos días. – Me gritó Ainoa nada más
bajarse y ver que los estaba esperando de pie en la entrada de mi casa. –
- Buenos días ¿Qué tal ha ido
todo? – Les dije mientras me acercaba a la ambulancia para ayudar a los
enfermeros a trasladar al paciente a su nueva estancia. – Bien, es la primera
vez en mucho tiempo que duermo las ocho horas reglamentarias. – Su voz delataba
entusiasmo y expectación, pero su mirada guardaba nerviosismo y cierto grado de
escepticismo.
Finalmente, cuando dejamos a
Elías instalado y los enfermeros se marcharon, nos quedamos los tres solos en
casa. – ¿Le apetece un café? – Si gracias, a pesar de haber dejado todo
preparado por la noche, no me ha dado tiempo a desayunar como es debido, además
tengo que reconocer que tengo el estomago un poco cerrado –.
Nos quedamos en la cocina pues
por la ventana entraba un sol tenue muy agradable y olía a café recién hecho. –
Y bien, cuénteme cómo se quedó su hijo en coma. - De repente la atmósfera que
nos rodeaba se tiñó de tristeza. – Tuvimos un accidente de coche, era de noche
y estaba nevando. – Ella sostenía la taza de café caliente entre sus manos
abrazándola, y su mirada estaba perdida y sin rumbo aparente, abstraída
totalmente en el relato que estaba, más que contando, reviviendo. – Mi marido
conducía y volvíamos de casa de unos amigos de cenar. Cuando tomamos una curva,
un camión nos cegó y nos sacó de la carretera dando varias vueltas de campanas
según caíamos por un terraplén. Mi marido murió en el acto, mi hijo se quedó en
coma al darse fuertemente en la cabeza y yo me rompí un brazo y la cadera. – Por
cada palabra que decía se le iban llenando los ojos de lágrimas hasta que
comenzaron a deslizarse por ambas mejillas.
- Lo siento mucho, pero ahora lo
importante es recuperar a su hijo Elías. – Cuando pronuncié su nombre, salió
del trance y sus ojos volvieron a cobrar vida. – Por favor, tutéame. – Y sonrió
mientras se secaba las lágrimas.
- Ven, quiero enseñarte una cosa.
– Nos dirigimos al piso de arriba y le mostré mi despacho. Cuando entró comenzó
a mirar todo con los ojos bien abiertos como hace un niño que entra por primera
vez en una tienda de juguetes. – ¡Vaya, que reloj más impresionante! – Si, era
de mi abuelo, pasó a mi padre y ahora es mío. – Ella no me miraba sino que iba
radiografiando cada centímetro de mi despacho.
- Eres médico y psiquiatra ¿Qué
edad tienes? – Me decía mientras observaba mis diplomas. – Si, suele llamar la
atención, lo que pasa es que me las saqué simultáneamente. - ¿Eres superdotado?
– Me preguntó levantando una ceja. – No, es simplemente que me gusta lo que
hago. – Me miró unos segundos de arriba a bajo y continuó observando las
paredes.
Cuando su vista se paró en la pared
que daba justo enfrente a mi mesa, se detuvo y sus labios se tensaron formando
una línea recta muy marcada, estuvo largo rato estudiando cada fotografía que
había colgada, al cabo del tiempo se giró y se quedó mirándome sin decir una
sola palabra. – Si, son ellos… – Pude articular esas palabras con dificultad
pues su mirada me dejó sin respiración. - ¿Todos? – No son muchos pero sí, son
las diecinueve almas que he logrado encontrar y traer. – De modo que mi hijo es
el número veinte. – Lo dijo casi en un susurro que apenas pude alcanzar a
escuchar. – No. – Me dirigí a mi mesa y de uno de los cajones saqué otras tres
fotografías. – Es el… veinticuatro. – No pude encontrar estas tres almas. – La
miré y una lágrima se me escapó involuntariamente del ojo. Ella se giró y
mientras miraba aquella pared dijo en un susurro, casi diciéndoselo a ella
misma… – Confío en que la foto de mi hijo estará colgada en esta pared algún
día -.
Estuvo un rato más observando
aquellas caras, y tras unos minutos en silencio, que a mí se me hicieron horas,
logré reunir fuerzas y rompí el silencio. – ¿Cuántos años tiene Elías? –
Diecisiete. – Según dijo su edad, se giró y al verme sentado en mi mesa, cogió
la silla de enfrente y se sentó de cara a mí. – Bien, al tratarse de un menor,
tienes que firmar estos papeles. – Se los extendí, le ofrecí un bolígrafo y
automáticamente comenzó a firmarlos. – No quieres… - No acabé la frase cuando
ella levantó la mirada y la clavó en mis ojos, no dijo una palabra pero sabía
perfectamente qué me estaba diciendo, por un lado tanta confianza en mí me
halagaba pero al mismo tiempo me invadió una sensación de presión. Bajó la
mirada y continuó firmándolos. – No le voy a suministrar más medicamentos de
los estrictamente imprescindibles, como por ejemplo el suero. Tenemos que
conseguir que esté lo más cómodo posible. - Ella levantó la mirada otra vez y
se esforzó en dibujar una sonrisa en su rostro.
- De lunes a viernes vendrá
Samanta, una enfermera que ha trabajado conmigo desde el principio, y los fines
de semana vendrá Noelia, una enfermera en prácticas que está acabando la
carrera. Yo cubriré los gastos de todo excepto el sueldo de Samanta -.
- Me parece justo -.
- Te puedes quedar en mi casa, en
el cuarto de invitados, todo el tiempo que dure el proceso, o bien, te puedes
ir a tu casa y venir cuando quieras, pero he de decirte que para él, es mejor
tu presencia cerca el mayor tiempo posible –. Le explicaba.
- Preferiría quedarme aquí -.
Dijo sin atisbo de duda.
- Muy bien, ¿Alguna pregunta? -. Me
miró frunciendo el ceño, y finalmente se atrevió a preguntarme… - ¿Por qué
haces esto? -.
- Bueno, estoy escribiendo un
libro sobre el coma y experiencias extracorpóreas, y qué mejor bibliografía que
casos reales contados por personas que lo han vivido en primera persona -.
- ¿Y? -.
Esa pregunta me pilló por
sorpresa y me heló la sangre. – Esa excusa es la que cuentas a la gente pero…
¿Hay más, verdad? -.
- ¿Como…? -.
- No sé, te lo noto en la mirada
y en como hablas del tema desde el más profundo respeto, no nos conoces de
absolutamente nada y nos tratas como si fuéramos viejos amigos. -. Me decía
mirándome a los ojos.
- Está bien, aunque lo del libro
es verdad, perdí a mis padres en circunstancias similares a las que me has
contado, en esa época era un simple estudiante y no puede hacer nada,
simplemente miraba impotente cómo me los iban arrebatando de mi lado poco a
poco sin solución. Cada vez que encuentro un alma nueva y la traigo de vuelta
con sus seres queridos, es como si me acercara un poco más a mis padres. En
cierto modo es un poco egoísta -.
- Yo no veo el egoísmo por ningún
lado -.
Nos miramos sin decir nada,
guardé los papeles en mi archivo y me levanté de un respingo sobresaltándola un
poco mientras decía frotándome las manos… – Manos a la obra -.
Vivía en un chalet individual de
setecientos metros cuadrados a las afueras de la ciudad, disponía de más
espacio del que necesitaba por lo que había acondicionado el salón de tal modo
que parecía una gran habitación de hospital pero sin la frialdad y la seriedad
que las caracterizan. Bajamos los dos al salón, y nos quedamos mirando a Elías
desde la puerta, ahí estaba tumbado en una de esas camas de hospital con el
respaldo ligeramente inclinado, el sol incidía en las sabanas blancas generando
un alo resplandeciente que te hacía entornar los ojos ligeramente, a los lados
de la cama había todo tipo de aparatos conectados al chico, el respirador
autónomo, el lector cardíaco, el encefalograma… la cama estaba al lado de unos
inmensos ventanales de tal modo que si tuviera los ojos abiertos podría ver el
jardín de fuera con sus flores y árboles. En frente, había unos sillones de
diferentes tamaños que formaban un semicírculo, en el centro del cual, había
una gran televisión, flanqueada por grandes estanterías del suelo al techo,
llenas de libros y objetos de decoración.
- Hoy es viernes, tendría que
venir Samanta pero le he dado el día libre para que pudiéramos hablar e
instalar a tu hijo más cómodamente, mañana sábado vendrá Noelia, ambas tienen
las llaves de la casa por si cuando
ellas vienen no estamos, por lo que si algún día entras en el salón y las ves,
no te asustes. – Le comentaba.
Siempre hacen la misma rutina,
llegan, hacen sus tareas, y se marchan después de tomarse un café con nosotros,
normalmente están un par de horas y vienen a primera hora de la mañana y a
última de la tarde. - Ella asentía para indicarme que comprendía toda la nueva
información que iba recibiendo.
- Ya casi es la hora de comer,
después, te vas a ir a tu casa y vas a traer toda la ropa de Elías así como
todo lo que puedas de su cuarto, fotos, posters, figuras, sus CDs, y también su
almohada y sus sábanas. - Ella no me
reprochaba nada aunque a veces me miraba con cierto escepticismo.
Nada más acabar de comer, se fue
a su casa a por todas las pertenencias del chico. Llegó después de cuatro horas
y según descargábamos las cosas del coche me preguntó. – ¿No sería más fácil
llevar a Elías a su cuarto en vez de traérselo aquí? - ¿Cabría la cama y todos
los aparatos en su cuarto? – Le pregunté mientras señalaba hacia el salón. –
No. -
- ¿Las coloco tal cual estaban en
su cuarto? -
- No, hay que colocarlas
inversamente a su apego emocional, es decir, lo que más importancia tiene para
él, hay que colocarlo lo más lejos posible, y lo que menos le guste se coloca
pegado a él, aunque siempre dentro del salón, generando un camino circular que
se va estrechando según se acerca uno a su cuerpo. Es parecido al efecto que
generan las luces paralelas de un aeropuerto que indican a los aviones donde
tienen que aterrizar. Solo que en esta ocasión no se tiene que colocar los objetos
de una manera paralela, sino repartidas por la estancia porque no sabemos desde
qué dirección puede entrar. -
- Entiendo. -
Tardamos toda la tarde en dejar el
salón ordenado con sus cosas, ahora la estancia era mucho más acogedora y por
qué no decirlo, divertida, con todos aquellos posters colgados de las paredes y
todos sus libros y diversas figuras repartidas por las estanterías y mesas.
- A partir de ahora, vamos a
realizar todas las comidas en la mesa del salón. – Estaba ubicada nada más
entrar, era de madera y bastante grande, contaba con ocho sillas repartidas a
su alrededor.
- ¿Por qué? – Me preguntó
extrañada.
- Los olores son una parte
esencial en la transición de los recuerdos y por lo tanto es un magnifico
reclamo para Elías. ¿Nunca has ido andando por una calle, absorto en tus
pensamientos y de repente te has parado en seco porque una ráfaga de viento
impregnada de un olor característico te ha hecho recordar situaciones pasadas?
–
- Si, muchas veces, además te
transportas con mucha facilidad a esos recuerdos. -
- Eso es, pero el problema es que
para lo que para ti es un olor característico que te hace viajar al pasado en
cuestión de segundos, para otra persona no significa absolutamente nada,
incluso si vas acompañada y te pasa eso, seguramente la otra persona te
pregunte por qué te paras. -
- Por eso tienes que usar la
colonia que usabas antes de que pasara todo esto, a él, le pondrás su colonia,
y cada día rociaremos levemente el salón con la colonia que usaba tu marido. –
Al decir esto último observé que su corazón se encogía. – Sé que es duro, pero
ahora tenemos que pensar exclusivamente en tu hijo. – Traté de consolarla con
esas palabras y al girarse y ver la cara de su hijo con los ojos cerrados, se
recompuso enseguida y me asintió para indicarme que todo iba bien.
- También necesito que pongas en
los lugares que yo te diga fotos tuyas, de tu marido y suyas, cuantas más
tengas mejor. -
- ¿Qué solíais cenar? -
- Nada especial, la mayoría de
las noches nos hacíamos sándwiches de embutido calentados en la tostadora. -
- Muy bien, eso es lo que
cenaremos hoy. - Nos fuimos a la cocina a preparar la cena, al ver que sacaba
tres platos, se quedó muy seria. - ¿Vamos a tener visita? – No, sé que va a ser
muy duro, pero en todas las comidas vamos a poner un plato para él. – En ese
momento se dejó caer en la silla y rompió a llorar. - ¿Has oído hablar de las
experiencias extra corporales? – Le pregunté como si no pasara nada. - ¿Cómo
los viajes astrales? – Me contestó con los ojos casi cerrados. - Algo así. Uno
de mis pacientes al despertar me dijo que se había visto desde arriba de la
sala, como si estuviera en el techo, y que podía oír y observar todo lo que
pasaba a su alrededor, incluso se veía a sí mismo tumbado en la cama, pero que
todo aquello le resultaba terriblemente confuso y que no sabía como reaccionar,
si por lo que fuera tu hijo viniera y nos viera cenando…, si observa que hay un
plato caliente y que estamos nosotros solos, puede que le aclarase las cosas y
que dedujera que ese plato es para él. -
- ¿Y vamos a tirar a la basura
todos los días tres platos de comida? -
- No te preocupes por eso, se lo
comerán mis perros sin ningún tipo de remilgo. – Al decir eso, esbozó una
ligera sonrisa. - ¿Qué pasa? – A Elías le encantaban los animales y en especial
los perros, no sabía que tú tuvieras. - En ese caso durante el día dejaremos
que entren en casa y que estén por el salón, ¿Quién sabe? Los animales son un
fuerte estímulo para las personas siempre y cuando a éstas les gusten los
animales, claro. He leído numerosos artículos en los que hablan muy bien de las
terapias con animales, incluso en una ocasión, sacaron resultados prometedores
del avance con niños autistas después de una jornada de hípica. -
Los días iban sumándose
desesperadamente en mi conciencia pues no parecía que Elías mostrara ningún
tipo de mejora. Y a pesar de los esfuerzos de su madre, de las enfermeras y del
mío, parecía que revivíamos el mismo día una y otra vez, ya que aunque la
rutina era necesaria, en ciertas ocasiones se volvía irritante. Ainoa trabajaba
en una tienda de ropa a media jornada, por lo que se ausentaba de la casa en
contadas ocasiones. En mi caso, apenas salía de aquellas paredes salvo para ir
a hacer la compra y para realizar mis largas caminatas diarias por el prado que
daba justo detrás de la casa.
- ¿Qué le has puesto en la mano?
-
- Una atadura emocional. - Ainoa
estaba delante de su hijo mirándome recelosa y señalando a la mano de su hijo,
éste mostraba un hilo fino y blanco atado del dedo índice de su mano al
respaldo de la silla donde ella solía pasarse numerosas horas acompañando a su
hijo. Al ver que mi contestación no le aclaró absolutamente nada, me acerqué y
se lo expliqué desde el principio.
- Se trata de una atadura
emocional, una de las almas que encontré, una mujer de sesentaicinco años, me
explicó que su experiencia en el coma había consistido en lo siguiente: me dijo
que se hallaba en un pequeño bote de remos aunque carente de éstos, el agua
estaba tremendamente fría, casi congelada por lo que aun sabiendo nadar, no se
atrevió a saltar al agua y ponerse a nadar, tampoco le habría servido de nada
pues estaba rodeada de una espesa niebla que tan sólo le permitía ver a unos
cinco metros a la redonda, no podía ver la costa, ni montañas, ni árboles que
le dieran una pista de hacia dónde podría ir nadando. Ella gritaba pidiendo
ayuda pero parecía que su voz rebotaba en la niebla y jamás nadie contestó a su
petición de socorro, tan sólo recibió como respuesta un ensordecedor silencio;
pasaron los días aunque la niebla era tan espesa que le resultaba muy
complicado discernir si era de día o de noche y aquel imponente silencio tampoco
le ayudaba nada pues ni siquiera oía el canto de los pájaros o de insectos.
Pasaron semanas pero su ansiedad,
normal en esas circunstancias, era inexistente, no pasaba hambre ni sed, tan sólo
le abrumaba la intensa y silenciosa soledad que se cernía sobre sus hombros.
Una mañana al despertarse, observó que en la proa había atado un gran cabo de
marinero que se extendía más allá de la niebla perdiéndose entre sus entrañas,
no lo dudó ni un segundo y comenzó a tirar del cabo cautelosamente pero sin
perder el ritmo de sus brazos, ocasionando el avance del bote, iba tirando del
cabo de tal manera que éste se iba enrollando en la cubierta del bote, tras
unos minutos recogiendo aquel gran cordel, logró atisbar un pequeño embarcadero
al que en uno de sus mástiles llegaba el cordel que estaba ella tirando, de tal
manera que el cabo unía el bote con el embarcadero. Era un embarcadero de
madera muy pequeño pero que presentaba una estructura muy recia y resistente,
ella aceleró los movimientos pues veía que cada vez estaba más cerca del
embarcadero. Finalmente logró llegar a éste, se puso paralelo a las tablas de
madera y cuando estuvo lista, saltó sobre él. -
- Me dijo entre lágrimas que
cuando puso los pies en aquel embarcadero se despertó del coma volviendo súbitamente
a la habitación del hospital. –
- Al igual que a tu hijo, a ella
le até un hilo del dedo índice de su mano a la pata de la mesa que estaba junto
a su cama, aquel hecho, estableció, no sé como, una atadura emocional entre los
dos “mundos” de tal manera que cuando le até el hilo, apareció el cabo en el
bote. -
- Con esto no te quiero dar
falsas esperanzas. - Se lo dije pues observé que se inclinó sobre el respaldo
de la silla con cierto entusiasmo en sus ojos. – Pero por otra parte no quiero
descartar ninguna posibilidad. -
Pasaron las semanas, algún que
otro día, había ciertas mejoras tanto físicas como psíquicas, pero eso de vivir
en un pico de sierra era agotador, sobre todo para Ainoa que no había pasado
nunca por este trance. A veces los instrumentos daban lecturas esperanzadoras
pero al día siguiente parecían una invención del pasado.
- Tenemos que aumentar el
estímulo auditivo, sé que le hablas y lees todos los días pero cuando tú no
estés, quiero ponerle su música favorita o la que… -
- Le sea familiar.- Me cortó y
acabó ella la frase, ya comprendía la mecánica de mis métodos, y aunque nunca
me cuestionó de una forma directa mis actos, ahora daba por sentado que todo lo
que hacía o le decía era por su bien, y más importante todavía, con esos actos
había conseguido encontrar a veinte almas.
Se levantó y fue hacia uno de los
cajones que había en la librería del salón, estuvo unos minutos escogiendo un
CD y lo puso en el reproductor.
Cuando todo el salón estuvo
inundado por aquella música… - ¿Cómo funciona o en qué consiste este tipo de
estimulo? – Me preguntó según se sentaba en su ya habitual silla junto a la
cama de Elías.
- Imagínate que te levantas un
día en un claro de unos quinientos metros cuadrados, una estancia
verdaderamente inmensa, y que está rodeada por un círculo perfecto de árboles,
todos inmensos, se podría decir que sus copas acarician el cielo, con grandes
troncos y entrelazadas ramas y que son idénticos, hasta el último detalle; para
observarlos más de cerca, andas un rato y cuando estas a su lado, te das cuenta
de que no hay ni pájaros, ni una rama caída, ni insectos, nada. -
- El suelo está tapizado por
césped que te acaricia tus descalzos pies según andas, siendo de un verde casi
antinatural que se mece esporádicamente cuando la brisa pasa rozando su
superficie. -
- Te paras a escuchar algún ruido
pero tan sólo escuchas silencio, ni siquiera la brisa ocasiona el más leve
ruido; cuando tomas conciencia de donde estás, decides al azar, ya que no hay
nada fuera de lugar como para tomar una referencia, tomar un camino y te pones
a andar, atraviesas los árboles y cuando llevas un par de horas andando, ves a
lo lejos lo que parece un claro, aceleras el paso y efectivamente, llegas a un
claro, cuando estas en medio de ese claro, giras sobre ti mismo y te das cuenta
de que una multitud de idénticos árboles forman otro circulo. -
- Descansas un rato pues llevas
largo tiempo caminando y escoges al azar otra ruta, pero eres inteligente, por
lo que antes de tomar otra dirección y volverte a aventurar en el bosque, te
quitas la sudadera y la dejas tirada en el suelo, para averiguar si estás en
otro claro o en el mismo, cosa que te extrañaría sobremanera ya que tú no has andado
en círculos sino en línea recta. Escoges otra dirección y te adentras en el
bosque, al cabo de un par de horas llegas a un claro, y observas horrorizado
que tu sudadera está en el centro del circulo tirada en el suelo; está
anocheciendo por lo que dejas pasar la noche mientras descansas. -
- Pasan los días pero a pesar del
cansancio no tienes ni hambre ni sed, has intentado salir de aquel circulo
rodeado de árboles, ya no sabes las veces, hasta que un día cuando estas
tumbado boca arriba con tu sudadera como almohada, te parece oír una música que
te es familiar, te incorporas de un brinco y te paras a agudizar el oído,
efectivamente, se oye a lo lejos y de una manera muy leve una canción que te
gusta mucho, suena por detrás de los árboles, detectas la dirección de la
música y te adentras otra vez en el bosque. -
- Cuando llevas un par de horas
andando guiado por la música que oyes cada vez más fuerte y clara, te fijas en
que detrás de un árbol hay un reproductor de música, cuando estás al lado,
pones tus manos en el reproductor de música, y te despiertas súbitamente en la
habitación de un hospital rodeados por tus padres. -
- Eso le pasó a un paciente tuyo,
¿verdad? -
- Así es, a un universitario de
veintisiete años que se quedó en coma tras un aparatoso accidente de moto. - Al
decir eso, compuso un gesto de dolor y se levantó a la cocina a por un vaso de
agua.
Pasaron las semanas, un día
cuando estaba desayunando antes de lo normal, ella bajó con una cara de dolor
más acusada de la que solía tener, no me hizo falta decir nada cuando nuestras
miradas se cruzaron pues casi en un susurro me dijo: - Mañana es el cumpleaños
de Elías. -
- Ya no aguanto más, ha pasado
más de un año y todo sigue igual, estoy empezando a perder la esperanza. – Me
dijo entre lágrimas.
- Muy bien, termina de desayunar,
coge tu abrigo y sígueme. – La ordené.
Salimos a dar un largo paseo, ya
era invierno, el paisaje era muy agradable a la vista, estaba todo cubierto por
una finísima capa de nieve por las leves nevadas de las noches anteriores, los
árboles estaban desnudos y tan sólo les cubría un pequeño velo blanco, apenas
había gente por las calles, cosa que agradecí pues nos concedieron un ambiente
más íntimo y relajado.
- ¿Recuerdas las tres fotografías
que tengo guardadas en el cajón? -
- Si, las almas que no lograste
encontrar. - Seguía con los ojos llenos de agua, pero parecía más relajada. El
viento frío en la cara parecía que le sentaba bien, o quizás era el no estar
entre esas paredes.
- Pues bien, una de esas tres sí
la encontré. – Seguíamos andando pero ella me miró fijamente a los ojos. – Me
acuerdo perfectamente, se llamaba Arancha, era una anciana de ochentaicuatro
años, llevaba en coma tres meses y los médicos no sabían el porqué, no se había
dado ningún golpe ni se había caído recientemente, no había tenido ningún
accidente… no se lo explicaban, por lo que su hijo contactó conmigo como
hiciste tú. Él trabajaba muy lejos y raro era el día que tenía libre, pero
siempre que podía lo pasaba en mi casa. -
- Debió de recibir alguno de mis
estímulos, pues al octavo mes de estar en mi casa se despertó, su hijo no
estaba y las enfermeras se habían marchado, por lo que la única cara que vio al
despertarse fue la mía. -
Seguíamos caminando y ella
prestaba atención a cada una de las palabras que salían de mi boca. – Me
impactó su reacción, cuando nuestros ojos se encontraron me sonrió, me sobrecogió
el corazón pues lo habitual hubiese sido que se asustara o que estuviera
desorientada al no encontrar a nadie conocido, pero no, las lecturas de los
aparatos eran las mismas que las que presentaría si se hubiese despertado de la
siesta, y aquella sonrisa fue la más sincera de cuantas he visto. Apenas podía
hablar por lo que me acerqué a su rostro, me dijo que ya había vivido
suficiente, que su hijo tenía una vida plena y satisfactoria y que ya no la necesitaba,
que estaba lista para irse, a mi se me llenaron los ojos de lágrimas pues su
voz transmitía una serenidad desmesurada que me transmitía involuntariamente a
mí. -
- Me hizo señas y le acerqué una
hoja y un lápiz, con gran dificultad y sin poderse incorporar escribió unas
líneas en la hoja, y me dijo que se lo entregara a su hijo en cuanto viniese.
Se despidió de mí con la misma sonrisa con la que me recibió al despertarse, cerró
los ojos y falleció a los tres minutos. -
- Llamé a su hijo inmediatamente
y a las pocas horas se presentó, le dí la nota que había escrito su madre, y le
dejé a solas mientras la leía y se despedía. -
- ¿Leíste la nota? -
- No, nunca supe que ponía,
cuando se despidió, salió del salón, me abrazó entre lágrimas y me dijo que
nadie había hecho nada parecido por él jamás, me dio las gracias y se marchó. -
- Pero, si la encontraste, ¿por
qué no la tienes colgada en la pared junto con las otras? -
- Porque no la encontré a ella,
ella me encontró a mí, tan sólo vino a mí para poder despedir a su hijo. -
- Te cuento esto porque aquella
mujer ya le tocaba marcharse, y sé que a Elías todavía le queda mucho por lo
que luchar, sé que tarde o temprano la fotografía de su cara estará colgada de
mi pared. -
- Muchas gracias, necesitaba este
descanso. - Y tras cinco horas andando, regresamos a casa a calentarnos al
fuego.
A la mañana siguiente seguimos
haciendo nuestra rutina de siempre y las semanas pasaban a nuestro lado
riéndose de nosotros.
- Mira, ha llegado un paquete al
nombre de “El buscador de almas”. - Me estaba quitando el abrigo pues acababa
de llegar de dar un paseo, ella estaba en la mesa del comedor con el paquete
entre las manos y con una expresión dulce e infantil.
- Hoy es treinta de Marzo, es un
reloj. -
- ¿Cómo lo sabes sin ni siquiera
acercarte? -
- Que ilusión, madre mía ya ha
pasado otro año. -
- Es de Paulo. - Despertó del
coma el treinta de marzo de hace siete años, y desde entonces siempre me regala
un reloj, dice que renació éste día y que por lo tanto es motivo de festejos y
regalos. Escogió un reloj pues dice que simboliza el tiempo, un tiempo que yo
le otorgué al devolverlo a la vida. Vive en Perú, nos carteamos mucho. -
- ¡Qué bonito es! – Era un reloj
de pulsera con la esfera negra y la correa color plata oscuro. – Mira, en este
cuarto guardo el resto. – Le decía mientras subíamos al piso de arriba, saqué
un gran estuche de madera con la tapa de cristal. – Aquí es donde los voy
guardando año tras año. -
- ¿No los usas? – Me preguntó
extrañada.
- No, no, estos son regalos
simbólicos, es como si me regalara una figura, los guardo aquí y los observo en
momentos de flaqueza, les doy cuerda periódicamente y les cambio las pilas
cuando se agotan pero jamás los usaré. -
- Bueno, vamos a cenar que se nos
hace tarde. – Guardé el estuche con mi nuevo reloj y bajamos a la cocina a
preparar la cena.
Ese día habíamos comido más de la
cuenta y un poco tarde, por lo que la cena consistió en un par de piezas de
fruta y unas infusiones, estábamos en la cocina pues no merecía la pena poner
la mesa en el comedor del salón para tan poca comida.
- ¿Mama? - Los dos miramos por la
ventana al oír la llamada pero no vimos a nadie en la calle. - ¿Mama? – En esta
ocasión la llamada tuvo más fuerza, nos giramos súbitamente hacia el origen de
la voz y nos miramos a los ojos, a ella se le calló la taza al suelo
rompiéndose en mil pedazos y salimos corriendo hacia el salón.
Cuando llegamos, vimos a Elías
incorporado sobre el respaldo de la cama con una expresión que a mí, me era
familiar, todos mis pacientes presentaban la misma mezcla de sentimientos, con
la edad variaba sensiblemente, pero todos al despertarse presentaban un
semblante de tristeza y tranquilidad, que se borraba instantáneamente en cuanto
reconocían a un familiar o ser querido. Elías no fue una excepción y aquel
semblante se borró de su rostro en cuanto reconoció a su madre mientras corría
hacia él con los brazos abiertos.
Tan sólo estaba encendida una
pequeña lámpara en uno de los esquinazos del salón, estaba muy poco iluminado,
por lo que encendí las luces principales para crear una atmósfera más amistosa
ante los ojos de Elías.
Revisé que todos los aparatos
dieran lecturas correctas, me cercioré de que el chico estuviera bien tanto
física como psíquicamente, y me subí a mi despacho para colgar su fotografía en
la pared junto a las demás almas encontradas.