Nuevo mes, nuevo Relatosueño… Hoy
quiero compartir contigo el cuarto Relatosueño, el cual, lo titulé:
“El guardián del destino”
Lo considero muy original y habla
sobre un tema que siempre despierta discusiones entre sus locutores. Rara vez
la gente se pone de acuerdo con este tema, para el cual, existen versiones y
creencias de todos los tipos; me atrevería a decir que cada persona tiene su
idea prefijada de lo que es el Destino
para sí misma.
¿Cuál es la tuya?
Espero que te guste…
El relato que a
continuación vas a leer, no es un relato convencional con su inicio, nudo y
desenlace, es un relato carente de cualquier tipo de moraleja, estructura
organizada ni nada que se le parezca, es tan sólo la narración de lo que viví
cierto día en un remoto paraje.
De todos es bien sabido
que el destino es una palabra que evoca resoplidos ya sean positivos o
negativos, siempre que se saca como tema en una conversación, es una palabra
por todos de sobra conocida pero que a la hora de pedirle a alguien que te la
describa seguramente muy pocas personas por no decir nadie, sabrá como hacerlo
de una manera clara y concisa sin recurrir a metáforas o a inicios de frase
tales como: “Es como…”.
Muchos eruditos y
filósofos a lo largo de la historia han tratado de describirlo, unos con más
acierto que otros, pero todos al final de sus elocuentes descripciones acaban
diciendo alguna coletilla excusándose de alguna manera por si no han estado
acertados desde su propio punto de vista. Ahí radica la complejidad del
destino, nadie, absolutamente nadie, sabe realmente qué es o cómo funciona.
Mucha gente cree en el
destino, otra mucha no cree, otros dicen que es el tren que conduce nuestras
vidas, otras que eso son tonterías; y ya no hablemos de la cercanía que tiene
el destino con la religión, me da igual de qué tipo sea, el caso es que siempre
que se comienza una conversación acerca del destino, la religión sale a conato
de la conversación, tarde o temprano, y la cosa no queda ahí, dentro del amplio
número de personas creyentes, hay quien cree a su vez en el destino y quien no
cree.
Es curioso ver como la
conversación va subiendo de tono sin ninguna razón aparente cuando el destino
está en boca de más de una persona; por descontado está, que no hay dos
personas que estén de acuerdo en qué es el destino y cada uno va aumentando el
tono de voz cuando expone lo que para él es esta palabra, hasta que uno se da
cuenta de que no conduce a ningún lado aquel debate infructuoso y se corta de
raíz la conversación diciendo: “Bueno chicos, ¿Por qué no hablamos de otro
tema?” y todos rompen la tensión del momento con risas forzadas y bebiendo sin
sed lo que quiera que haya en las copas que tienen en frente.
Por todo esto estoy
contento de poder escribirte estas líneas explicando lo que es el destino, si,
si, explicando lo que es el destino. Yo lo sé y no por haber leído más libros
que tú, o por haber asistido a más debates que tú, tan solo lo sé por lo que
viví no hace muchos días en un remoto paraje. Me puedes creer o no, eso lo dejo
a tu libre elección, tan solo te lo cuento para romper con la especie de protección
que posee la palabra Destino a la hora de tratar de explicar su significado.
Siempre que la
todopoderosa meteorología nos da tregua, solemos aprovechar y salir a visitar
los pueblos más cercanos a Madrid con la escusa de coger insectos, setas o
simplemente hacer turismo.
Hacemos viajes o más
bien excursiones a pueblos cuya distancia a casa nos permite visitarlos en solo
un día, y la verdad es que hay sitios no turísticos o poco conocidos que son
realmente una maravilla, pueblos que apenas se molestan en poner en los mapas o
que su nombre tan solo los conocen sus propios habitantes o como mucho, los
habitantes del pueblo vecino.
La causa de escribir
este relato viene a consecuencia de nuestro último viaje. Un frío y húmedo
lunes de otoño bien entrado octubre, decidimos poner el coche rumbo al noreste
de Madrid, concretamente visitamos regiones ubicadas entre Guadalajara y Zamora.
Nos pusimos ropa de abrigo, y cuando la mayoría de la gente estaba desayunando,
nosotros ya estábamos en carretera siguiendo las instrucciones de la monótona
voz del GPS.
Visitamos pueblos muy
bonitos y varios santuarios que custodiaban celosamente a sus respectivas
vírgenes. La verdad es que fue impresionante, yo nunca había visto nada
parecido, la carretera se iba estrechando después de haber dejado la carretera
principal e ibas serpenteando por carreteras de un único carril, que no
sentido, hasta que el paisaje iba cambiando paulatinamente, pasabas de los
cuatro carriles de la autopista a una carretera muy mal asfaltada la cual
carecía por completo de tramos rectos; el paisaje igualmente cambiaba, dejabas
las grandes planicies de cultivos de las autopistas para pasar a riscos
imponentes a ambos lado de la carretera, conducir por aquellas gargantas
rocosas era sobrecogedor.
Dejamos el coche
aparcado en la cuneta y nos pusimos a caminar, a mano derecha de la carretera
se erguía una imponente pared de piedra que te hacia torcer el cuello noventa
grados para poder ver el final del precipicio, o principio según se mire, y a
mano izquierda se erguía otra pared de piedra, hermana de la anterior se podría
decir, que partía de un sinuoso río que debido a la estación del año, llevaba
consigo un generoso caudal de agua cristalina.
Reinaba una atmosfera
fría y húmeda, pero la verdad es que merecía la pena, nos apretábamos la
bufanda, nos subíamos el cuello del abrigo y a pasear…
Se respiraba una
atmósfera fría y húmeda, que te obligaba de algún modo a respirar hondo para
llenarte los pulmones de verdadero aire puro.
Después de comer nos
fuimos a visitar los pueblos vecinos, todos en su estilo, unos más bonitos que
otros, unos más pequeños que otros, todos merecían una pequeña parada para
inmortalizarlos en nuestras cámaras.
Cuando el sol comenzó a
despedirse de nosotros, decimos poner rumbo a casa, estábamos contentos de lo
que habíamos visitado pero la verdad es que todos estábamos un poco cansados,
por lo que la propuesta de volver fue unánime pero sin mucha efusividad.
Era otoño y la escusa
que nos habíamos puesto para hacer el viaje, a parte del turismo, era recoger
setas para luego disfrutar de su sabor a la mesa; cuando llevábamos muy poco
camino recorrido de vuelta a casa, en una zona bastante apartada de cualquier
lugar, y entre pueblo y pueblo, esa región la cual realmente no pertenece a
ningún sitio sino que está ahí por la única razón de por que tiene que haber
algo, nos pareció a todos un buen lugar en el que podría haber setas de buena
calidad, por lo que decidimos parar una última vez antes de volver a casa.
Como llevábamos
haciendo durante todo el día, dejamos el coche en la cuneta y nos metimos
bosque adentro.
Los primeros árboles
que nos dieron la bienvenida fueron pinos, no muy maduros pero ya se les podía
considerar arboles adultos; anduvimos entre ellos largo rato, lo suficiente
como para dejar de oír los coches que esporádicamente pasaban a gran velocidad
por la carretera. Andábamos separados, lo suficiente como para sentirte solo
pero no como para dejar de ver a la persona que tenías a derecha e izquierda.
De vez en cuando te agachabas y si tenías suerte, ponías en la cesta que cada
uno llevaba, una rica seta, aunque a pesar de la estación y de las abundantes
lluvias de los días anteriores, la verdad es que las veces que te agachabas
para recolectar algo que merecía la pena eran bastantes escasas.
Inconscientemente nos
fuimos acercando los unos a los otros, y después de caminar largo rato hacia
dentro del bosque, nos topamos con sauces llorones, nos sorprendió sobremanera
a todos, pues esa clase de árbol no se suele dar junto con pinos y tan
separados de una zona con agua, pero ahí estaban, eran muchos más grandes e
imponentes que los pinos y estaban mucho más cerca los unos de los otros, que
los ya mencionados pinos.
Estuvimos un rato
observándolos pues merecía la pena y mis amigos volvieron a agachar la cabeza
en busca de las setas. El sauce llorón es un árbol que siempre me ha gustado,
quizá sea mi favorito, y me quedé a diferencia de mis amigos a disfrutar un
poco más de su presencia. Los bordeé de tal manera que me percaté de que
formaban en cierta manera un círculo, no muy marcado pero seguramente desde el
aire sí daba esa sensación, anduve marcando su desdibujada y enorme
circunferencia observando todo al detalle, ciertamente formaban una enorme
circunferencia en su conjunto.
Después de un rato me
introduje en su ficticio círculo y anduve unos treinta pasos a lo que se
suponía que debía ser el centro. En éste, hallé a su vez un pequeño círculo,
claramente marcado por piedras y árboles que en esta ocasión eran encinas, y el
círculo, no más amplio de dos pasos de diámetro, estaba formado por piedras
entre las cuales se erguían las encinas, era un circulo muy pequeño por lo que
tan solo había tres encinas.
Las encinas eran
bastantes viejas, con los troncos retorcidos y llenos de musgo seguramente por
la elevada humedad del lugar; no sé por qué pero me cautivó, esa formación
tenía algo que no lograba adivinar, me acerqué un poco más pera ver el interior
de aquel pequeño círculo. Todo el suelo del interior estaba alfombrado por una
capa bastante espesa de musgo verde claro, y todo el terreno estaba inclinado
hacia lo que se podría considerar uno de los lados de la circunferencia. Las
piedras eran enormes y estaban parcialmente hundidas en la tierra, además todas
sin excepción estaban cubiertas, unas más que otras, por musgo y líquenes. Me
agaché para tocar aquella mágica formación, las piedras estaban frías y húmedas
al igual que los troncos de las enormes encinas. Cuando me iba a disponer a
entrar al centro del círculo, mis amigos llegaron con las cestas parcialmente
llenas de setas, me las estuvieron enseñando y nos dirigimos al coche con
cierta prisa pues ya se había escondido el sol por completo.
Al día siguiente seguía
pensando en lo mismo, no dejaba de preguntarme qué sería esa formación la cual
no estaba ahí por un capricho de la naturaleza, estaba claramente “construida”
de forma deliberada. No podía concentrarme ni en los estudios ni en el trabajo.
La verdad es que se me hizo eterno aquel día, y por la noche no lo dudé ni un
segunda, al día siguiente me saltaría las clases y me iría a investigar un poco
más aquella formación, total, sino encontraba nada disfrutaría del viaje y de
las vistas.
Por fin llegó tan
ansiado día, me puse ropa de abrigo y unas buenas botas y por la mañana muy
temprano me fui para allá.
Llegué cuando el sol
todavía no se había atrevido a asomarse del todo. Aparqué el coche en la cuneta
y me dirigí sin demora a mi destino.
Atravesé los pinos,
crucé los sauces y llegué a las encinas. Ahí estaba aquella extraña formación impertérrita
en el tiempo como si los años no pasaran para ella, me quedé de pie a escasos
pasos de ella y nuevamente me cautivó sin saber la razón, me abstraje de
cualquier pensamiento y de cuanto me rodeaba.
A los pocos minutos,
creo que fueron minutos aunque no estoy seguro, por mi lado apareció un anciano
de muy escasa estatura que me sobresaltó soltando un pequeño y ahogado grito.
-
Perdona, no era mi intención asustarte
-.
-
No pasa nada, estaba distraído -.
Me quedé mirándolo con
los ojos muy abiertos, era un anciano de avanzadísima edad y muy bajo,
demasiado diría yo, sin embargo se movía con una gracia propia de un niño y
conservaba las medidas de su cuerpo como una persona de mediana altura, sin
embargo apenas me llegaba a la cintura; casi no tenía pelo, tan solo por detrás
de las orejas y en la coronilla, y era de un blanco puro, lo llevaba despeinado
y le daba cierto aspecto cómico. La nariz la tenía extrañamente larga y las
cejas muy pobladas, y del mismo color que el pelo de la cabeza. Las orejas las
tenía muy grandes y acababan en punta, al ver eso, se me abrió la boca
inconscientemente.
-
No soy un gnomo – me dijo sonriendo
ampliamente.
-
Lo siento, no era mi intención… - No
acabé la frase pues seguía mirándolo embobado, iba vestido con unas pequeñas
botas sin cordones, unos pantalones marrón oscuros cuyos bajos estaban
desgastados seguramente por andar por zonas de tierra y piedras y llevaba una
camiseta verde oscuro con un chaleco muy desgastado del mismo color que la
camiseta.
-
¿Quieres unas bayas? –
-
¿Perdón? –
- Son comestibles y están muy ricas – me
extendió ambas manos en forma de cuenco, las cuales albergaban unas bolitas
pequeñas de color rojo intenso; sus manos eran huesudas y tenía las uñas largas
y llenas de tierra, seguramente de haber escarbado o tocado madera blanda.
Le cogí una de manera
inconsciente mientras le miraba a los ojos, éste me devolvía la mirada mientras
en su boca se dibujaba una amplia y sincera sonrisa. No sabría decir de qué
color eran sus ojos, era una mezcla entre color musgo y tierra, una especie de
color verde y el marrón, su mirada estaba cargada de palabras y era muy
profunda, parecía que miraba dentro de ti en lugar de a ti.
Al probar aquella baya
se me dibujó en la cara de una manera inconsciente un gesto de aprobación y
gusto, la verdad es que estaban muy buenas, eran dulces y muy suaves al tacto.
-
¿Ves?, están llenas de vitaminas y de
energía. – Lo dijo mientras se metía en la boca 3 bolitas rojas de golpe. Tenía
una voz profunda aunque con un cierto deje agudo. Nunca carraspeaba aunque daba
la sensación de que lo iba a hacer de un momento a otro.
-
Hardwick, mi nombre es Hardwick, por
cierto. – Me dijo mientras andaba hacia el interior de aquella formación que
tanto me había llamado la atención y motivo por el cual me hallaba allí. Cuando
vio que no recibía ninguna contestación por mi parte, se dio la vuelta y me
miró con una amplia sonrisa. Inmediatamente me di cuenta de lo que quería.
-
Eh, Alfonso. -
-
Muy bien, ven, quiero enseñarte algo.
Hace 2 días os vi recogiendo setas por aquí, vi como te fijabas en esto – dijo
señalando a las encinas, - seguramente pueda contestar a alguna pregunta que
tengas en tu curiosa cabeza. – y diciendo esto se metió en el centro del
círculo y agachándose sobre una de sus rodillas puso ambas manos sobre una
piedra parcialmente cubierta de musgo.
Ahí agachado, no era
más grande que las rocas que formaban aquel círculo; teniendo las manos sobre
aquella gran piedra, pronunció una serie de palabras que no llegué a entender
pues más bien las susurró, parecía que estaba calmando a un pequeño animal
asustado más que hablar a una piedra, al cabo del poco tiempo, se levantó y la
cogió sin ningún esfuerzo aparente a pesar de que el tamaño de la roca era
prácticamente la mitad del tamaño de aquel pequeño anciano.
Al quitar la piedra de
su lugar, se abrió un agujero parcialmente iluminado, quizá por velas, pues el
resplandor zigzagueó seguramente por la intrusión del viento en aquella
galería.
El espacio era reducido
pero lo bastante amplio como para que una persona de una estatura normal
cupiera, agachado eso sí. Desde donde yo me hallaba no se veía nada salvo el
pequeño resplandor, que permitía ver que aquel agujero se hundía en el suelo
hasta donde la escasa claridad permitía ver.
-
Pasa – me dijo mientras sostenía la
piedra a mitad de altura ayudándose con la cintura. – No te preocupes, no te va
a pasar nada malo, tan solo ten cuidado con los escalones, baja 3 y párate, yo
te seguiré en cuanto cierre la puerta – me dijo al ver que vacilaba a la hora
de meterme en aquel agujero.
Aquel anciano me
transmitía seguridad y sinceridad, aunque sinceramente no sé la razón, titubeé
unos segundos pero hice justo lo que me pidió, me agaché lo más que pude, y
bajé los peldaños parándome en el tercero; Hardwick entró justo detrás de mí y
colocó aquella piedra justo en el lugar en el que estaba antes.
Al cerrar la única
entrada de la que yo era consciente, me entró un poco de claustrofobia pues
estaba incómodamente agachado a media cintura y los hombros me tocaban con
ambas paredes; cuando iba a pedir a Hardwick que me dejara salir de allí, manteniendo,
eso si la calma, escuché tras de mi el mismo susurro de antes cuando hablaba a
la piedra, esta vez las frases duraron más tiempo, o eso me lo pareció a mi, y
cuando se calló, aquella escasa iluminación que vi desde el exterior se hizo
más intensa dejando ver todos los detalles de aquella galería sin ningún tipo
de problema.
Se trataba de una
angosta escalera de caracol escavada en la tierra y que descendía abruptamente
a cada escalón, al ser tan curva no veías más allá de los 3 siguientes
escalones, la iluminación existente en la galería era efectivamente lo que me
había imaginado, cada 5 escalones había clavada en la pared una pequeña estaca
de la que se apoyaba una tímida vela a medio quemar.
Comencé a bajar
despacio, casi parecía un niño poniendo ambos pies en el mismo escalón, aunque
tenía razón para ello ya que los escalones al igual que las paredes eran de
tierra y a veces al poner el pie en uno nuevo resbalaba levemente a causa de la
arenilla reinante, a pesar de mi lentitud, el anciano no hizo ningún gesto de
impaciencia.
Estuvimos bajando largo
rato, la verdad es que prefería no pensar en la profundidad a la que me hallaba
en aquella angosta galería que descendía a sabe Dios a qué lugar y el silencio
de la galería y el que había entre nosotros dos, no ayudaba precisamente.
Finalmente mis pies me
indicaron que ya no había más escalones delante de mí, si bien la oscuridad que
había, no me dejaba corroborarlo. Hardwick, se paró en el escalón justo detrás
de mí y tras pronunciar sus ya conocidas frases en un susurro inaudible, se
fueron encendiendo paulatinamente cientos de velas soportadas en sus
respectivas estacas clavadas en la pared.
Aquellas velas dejaron
al descubierto una enorme cueva escavada en la roca, es más, nunca había visto
una cueva tan grande, era imponente, el extremo apenas llegaba a diferenciarlo
aun estando perfectamente toda la sala iluminada, las paredes estaban a cientos
de metros la una de la otra, y el techo, para mirarlo adecuadamente, tenías que
girar hacia arriba el cuello todo lo que te permitían las cervicales. No me
podía creer que aquella inmensa cueva estuviera escavada debajo de aquel bosque
y sobre todo a tanta profundidad.
Di unos cuantos pasos
para posicionarme relativamente en el centro de la cueva; aquel inmenso agujero
te hacía sentir pequeño. Toda aquella cueva era de un color parecido al de la
arena, color crema oscuro, como si la cueva fuera de arenisca, pero por el
contrario, tanto el suelo como las paredes eran extraordinariamente duras al
tacto.
-
¿Vives aquí? – Le pregunté asombrado.
-
Si, desde siempre este a sido mi
santuario, aquí vivo y trabajo. –
-
¿Trabajas? –
- Si, soy un Onís, mi raza lleva cientos
de milenios siendo los guardianes del destino. – Terminó la frase extendiendo
ambos brazos hacia las paredes, lo que ocasionó que me fijara más detenidamente
en ellas.
Todas las paredes, del
suelo al techo, estaban cubiertas por miles, miles de millones de relojes de
arena, éstos estaban perfectamente colocados y ordenados en unas pequeñas
estanterías tan anchas como los pies de los propios relojes de arena y
construidas con el mismo material que el que formaba la cueva. Había millones y
estaban rigurosamente ordenados.
No había un reloj igual
al otro, ni siquiera se parecían entre ellos, los había pequeños, grandes, de
diferentes colores, sin color, con muchos detalles en la madera que sirve de
soporte al propio reloj, sin ningún detalle, de madera, de acero… No había dos
relojes iguales.
-
¿Qué son estos relojes? –
- Son, el destino de cada persona que vive
en esta región. – Contestó como si la pregunta estuviera fuera de lugar, como
si fuera obvio lo que eran aquellos relojes.
-
¿Cómo? –
- Cada reloj es el destino de cada humano
que habita en esta región, o como vosotros lo llamáis, país. Hay un santuario
en cada región repartido por todo el planeta, y cada santuario cuenta con un
Onís para guardar los relojes que le han sido encomendado. –
- Por ello nos llaman los guardianes del
destino, nuestro trabajo consiste en mantener ordenado el sitio, recoger los
relojes que se han gastado y girar los nuevos que aparecen en su lugar. –
- ¿Cómo? – La verdad es que no podía creerme
nada de lo que aquel ser me estaba contando, quizá se trataba de un loco que había
dedicado su vida a coleccionar todos aquellos relojes. La verdad es que todo
aquello era demasiado raro, ahí me encontraba yo, en una cueva enterrada debajo
de un remoto bosque, hablando con un ser que dudaba si era humano o no y
delante de millones de relojes de arena. No sabía si estaba soñando o estaba
perdiendo el juicio, pero empecé a marearme.
-
Ven, sígueme. –
Le seguí casi de manera
autómata. Me dirigió a la punta opuesta de la cueva, anduvimos un rato y cuando
llegamos al otro extremo, nos metimos por un falso tabique que estaba a mano
derecha y que solo era perceptible cuando estabas casi pegado a la pared, a lo
que se podía considerar un cuarto; era pequeño, aunque tenía dos pisos, si
bien, ambos pisos a duras penas lograban superarme en altura, en el piso de
arriba había una cama y una mesilla de noche, el piso de abajo, más amplio,
contaba con una mesa redonda, 2 sillas, un pequeño armario el cual la parte de
arriba era estantería, y una pequeña encimera con un hornillo, sin duda, era
donde vivía Hardwick. Todo aquello estaba construido del mismo material que las
paredes de la cueva, era como si hubieran cogido parte del suelo y hubieran
moldeado aquellos muebles con el.
-
Siéntate y tomate esto. – Me dijo
mientras vertía en 2 vasos el contenido de la cacerola que había encima del
hornillo.
-
Es resina de roble, esto te despejará la
cabeza aunque es un poco amargo. –
Me lo bebí lentamente
pues a parte de amargo, estaba muy caliente, sin embargo, Hardwick se lo bebió
como si fuera agua fresquita, casi de un trago.
- Por donde empiezo. – Dijo mientras unía
las 2 manos y miraba al techo con los ojos casi en blanco como ordenando sus
ideas antes de decir las primeras palabras. –
- Veras, en el preciso instante en que un
humano nace, aquí aparece un reloj de arena, nadie sabe como aparece, ni quien
lo pone en su lugar ni porqué, pero el caso es que aparece ya con su forma, su
tamaño y su material definido, en ese momento mi deber es girarlo, y al
girarlo, comienza el destino de la persona en cuestión. –
-
¿Y si decides no girarlo? La vida de la
persona no comenzaría, ¿no? –
- Eso nunca a pasado, para no girar un
reloj de arena hay que contar con maldad, mi raza, los Onís, carece de ella por
lo que no entra en nuestro ser hacer tal cosa, y por ello solo los Onís pueden
ser guardianes del destino, tu no lo entiendes, los humanos al igual que la
mayoría de las demás razas, aunque especialmente los humanos desde el mismo
momento de vuestro nacimiento, contáis en vuestro ser con maldad, entre otros
muchos defectos, como la envidia, la soberbia o el amor por el poder. –
- No todos los humanos somos personas
malas, hay gente buena que ama y que sus motivaciones en la vida son positivas.
–
- Si, pero a pesar de haber, por supuesto
varios grados, en el fondo siempre hay algo, y no maldad, sino querer ser mejor
que otra persona aunque ello conlleve pasar por encima de otra, o querer reconocimiento
por algo que has hecho aunque ese sea tu trabajo, cosas que para vosotros no
son atrocidades, pero que en el fondo esta latente ese grado de maldad, y no
hablemos de la envidia, ese sentimiento hará que vuestra raza no llegue más
lejos de lo que sois.-
- Somos la especie dominante, y también
hacemos cosas grandiosas, hay gente que dedica su vida a salvar la vida de los
demás, o gente que estudia para mejorar la vida de los demás.-
- Si, pero ¿Qué les motiva para hacer esas
cosas o para dedicarse a esas cosas? No digo que un médico no se sienta
orgulloso de haber salvado a otra persona, pero realmente, en el fondo lo hace
por motivo económico o por reconocimiento frente a sus semejantes. –
- El caso, es que nuestra raza no cuenta
con ningún grado de maldad, no está en nuestro ser tal cosa, por ello jamás en
la historia se ha dado el caso de que un Onís no haya girado un reloj de arena
cuando ha aparecido. -
- Al girar dicho reloj, comienza el
destino de cada persona, que por supuesto es personal e intransferible, es
decir, no hay un reloj igual a otro por que no hay una vida igual a otra por
muy parecida que pueda ser. –
- La arena que hay dentro de los relojes,
son las vivencias de cada persona, desde el primer grano que cae, su
nacimiento, hasta el último, su muerte; cada grano lleva escrita una vivencia,
y cuando cae de un compartimento al otro se vive dicha vivencia, hasta la más
mínima vivencia está escrita en cada grano. –
- Por supuesto no tienen la misma
importancia, y por ello, los granos de arena no son del mismo tamaño. Hay 3
tamaños de grano, las vivencias que no se recuerdan, las vivencias recordadas
pero que carecen de importancia y las vivencias recordadas importantes, 3 tipos
de vivencia 3 tamaños de granos. –
- Tanto el número de granos como el orden
que tienen de caer, ya está instaurado desde el primer giro del reloj; una vez
que el reloj es girado, queda anclado en su nueva posición hasta la caída del
último grano, momento en el cual, el reloj se desvanece en polvo dejando un
nuevo hueco para un nuevo reloj. –
-
¿Podría ver mi reloj? – Le pregunté
ansioso.
- Te lo mostraría si supiera cual es el
tuyo, como ya te he dicho, los relojes aparecen de la nada en el hueco que ha
dejado otro anterior, pero no sé a quien pertenece, tan solo he de girarlo y
limpiar el polvo que ha dejado el antiguo. –
- Pero entonces, todo este tiempo que
llevamos hablando y no has girado ni un solo reloj, ¿significa que no ha nacido
nadie? –
-
No, dentro del santuario no pasa el
tiempo, de lo contrario sería inviable, no daría abasto con el trabajo,
podríamos estar hablando durante horas, que fuera de aquí no pasaría ni un
segundo, es más, cuando te vayas, seguirá siendo por la mañana. –
-
Ven, te quiero mostrar otra cosa. – Dijo
mientras se ponía de pie con un gesto en el rostro de esfuerzo y dolor.
Le acompañé fuera del
cuarto, y al salir, me fijé de nuevo en las paredes llenas de relojes, al
comienzo de ambas paredes, había una de esas escaleras con ruedas que llegan al
techo propias de las bibliotecas antiguas, había una a cada lado, y si te
fijabas en el suelo podías ver perfectamente las marcas que habían dejado sus
ruedas de tanto uso. Ésa era la forma que tenía un ser tan pequeño de llegar
hasta arriba del todo. Las escaleras eran del mismo material que del resto de
la cueva, pero las ruedas por el contrario, debían de ser de metal pues eran de
un gris metalizado que resaltaban del color crema de la arena.
Llegamos al otro
extremo de la pared justo enfrente de la entrada de su cuarto, puso ambas manos
en la pared y volvió a decir un par de frases en un susurro, cuando terminó, deslizó
un gran bloque de pared a un lado descubriendo una nueva sala.
-
¿Qué son esos susurros que dices cada
vez que vas a hacer algo? –
-
Nosotros los Onís somos capaces de
comunicarnos con los seres vivos y con los seres inertes, tan solo hemos de
descubrir el tipo de energía que hay presente en cada objeto, una vez
descubierto, realizamos una pequeña transferencia de energía entre nosotros y
el objeto y viceversa, es algo parecido a mantener un diálogo con una persona.
Nos lleva años conocer el tipo de energía que hay presente en cada objeto. Pero
una vez aprendido el diálogo fluye como el agua. –
Finalmente nos metimos
en la nueva sala, ésta estaba tan solo iluminada por 2 velas y tardé unos
minutos en acostumbrarme a la escasa luz. La sala estaba absolutamente vacía a
excepción de un inmenso reloj de péndulo, el más grande que he visto jamás.
Estaba al final de la
sala pero sin llegar a estar pegado a la pared, de tal modo que uno podía ver
su parte trasera sin problemas. Estaba construido de madera oscura con vetas
rojizas, y tanto la esfera como el péndulo eran de color oro brillante, aquel
inmenso reloj de péndulo apenas estaba decorado pero era extrañamente hermoso.
Los números de la
esfera de color negro intenso destacaban sobremanera sobre la esfera dorada, y
eran muy bonitos y trabajados, como si los hubiera dibujado un monje del siglo
XVI; el péndulo se movía de una manera rítmica pero particularmente despacio,
no correspondía con los segundos a los que estamos acostumbrados, sin embargo
producía un sonido que te relajaba y calmaba llenando la sala de un ambiente
tranquilizador.
Me llamó la atención
sus agujas, pues tan solo tenía 2, una muy fina casi imperceptible que se movía
a través de los números muy deprisa, como si tuviera ganas de llegar a algún
sitio, la otra en cambio era mucho más grande y laboriosa, se asemejaba más a
una veleta que a una aguja, y ésta se movía increíblemente despacio, es más,
estuve más de un minuto mirándola fijamente, o lo que a mi me pareció más de un
minuto, y no se movió, sin embargo a lo largo del tiempo que estuvimos en la
sala, sí me percate de que avanzó vagamente. Ambas agujas estaban hechas del
mismo material y color que los números.
-
Este es el reloj que marca mi vida –
Dijo señalando al gigantesco reloj, - cuando la aguja dominante recorra 1.000
veces 1.000 recorridos, mi vida llegará a su fin, parándose el péndulo a la
espera de una nueva vida de un nuevo Onís. –
- Por esta razón te hallas hoy aquí,
dentro de unos minutos este reloj se parará y tu deber es volver a ponerlo en
marcha. –
- ¿Quieres decir que en unos minutos te
vas a morir? – No me lo podía creer, lo estaba contando con una sencillez y
calma pasmosa.
- Sí; cuando el péndulo se pare ya no me
encontrare entre vosotros, lo único que debes hacer es poner ambas agujas
marcando el 12 y dar un leve toque al péndulo para ponerlo en marcha, acto
seguido entrará en el santuario un nuevo Onís. –
-
¿Y ya está? ¿Qué va a ser de ti? –
-
Yo ya he vivido demasiado tiempo, es
hora de que descanse y que otro ocupe mi lugar. –
-
Pero, ¿Cómo sabías que iba a llegar
justo hoy para volver a poner el reloj en marcha? –
- No lo sabía, simplemente estaba escrito
en mi destino. – Y diciendo esto salió de la sala con una sonrisa en el
rostro.
No me lo podía creer,
ahí estaba yo en un silencio absoluto tan solo roto por el traqueteo del
péndulo, a la espera de que éste se parara para ponerlo nuevamente en marcha y
de este modo continuar con la rueda del destino.
Me senté en el suelo
delante del reloj y estuve esperando alrededor de 30 minutos, o eso me pareció,
de repente el péndulo se paró justo en medio de su recorrido y un silencio
sobrecogedor invadió la estancia y mi alma. No sé por qué motivo pero me
invadió un sentimiento de tristeza profunda.
Casi con lágrimas en
los ojos, me puse de pie, coloqué las agujas marcando las 12 y le di un pequeño y suave empujón al
péndulo.
Salí de la sala donde
se hallaba el reloj nuevamente en marcha y me dirigí a las escaleras de arena
para salir del santuario; cuando estaba en mitad de aquella enorme sala rodeado
por millones de relojes de arena, vi que por las escaleras descendía un ser;
era bastante parecido a Hardwick, la misma estatura y la misma ropa, pero a
diferencia del anciano, este era mucho más joven, su pelo era negro como la
noche y en su rostro apenas había arrugas.
Yo seguí andando hacia
él y nos encontramos muy cerca de las escaleras, me tendió la mano y me sonrió
de una manera sincera y cordial.
-
Vaya, un humano, es la primera vez que
se le brinda la oportunidad de empezar un nuevo ciclo a un humano. Debes de
tener un corazón muy puro. –
No sabía que
contestarle, por lo que me limité a devolverle la sonrisa de la manera más
sincera dela que fui capaz.
-
¿He de hacer algo más? –
- Ya has hecho demasiado, te doy las
gracias por la oportunidad que me has brindado al poner el reloj nuevamente en
marcha. Siempre que lo desees, podrás, de una manera solitaria visitarme,
siempre serás bienvenido aquí. –
Asentí, nos dimos un
apretón de manos y salí del santuario por el mismo sitio por el que entré.
Cuando salí de la cueva, me giré pero la piedra ya estaba en su sitio, no había
rastro de ninguna entrada ni de nada que se le pareciera. Salí del círculo de
las encinas, atravesé los sauces llorones y anduve a través de los pinos hasta
llegar al coche; el sol todavía no había salido del todo, arranqué y me fui a
casa.
Bueno… he aquí cómo
descubrí el verdadero significado de la palabra “Destino” y todo lo que ello
engloba y conlleva; no te pido que me creas, pero sí que lo tengas en cuenta a
la hora de discutir abiertamente en tu círculo de amistades.
Ahora te dejo
reflexionar pues es seguro que lo necesitas.