Jamás había visto una
mujer tan bella. En el primer instante en que mis ojos se posaron sobre ella,
me cautivó.
Estaba sentado en una
terraza de un bar con unos amigos tomándonos un aperitivo, serían las doce de
la mañana aproximadamente, el sol brillaba con fuerza pero sus rayos no te hacían
daño cuando bañaban tu piel.
Debido al buen tiempo,
todas las terrazas de los bares circundantes estaban como el nuestro, a rebosar
de gente, y por las calles aledañas, había un río constante de gente caminando
sin rumbo aparente.
Habíamos llegado un poco
tarde y todas las mesas cercanas al bar estaban ya ocupadas, pero tuvimos la
suerte de ocupar la última, la cual era la más alejada al bar; tanto era así
que a veces un transeúnte despistado nos tenía que esquivar haciendo un quiebro
en el último momento.
Al rato de estar
sentados y ya con las bebidas y las tapas a medio terminar, se acercó al bar
una chica, era una auténtica belleza; cuando me fijé en ella, mis cinco sentidos
dejaron de prestar atención a cuanto me rodeaba. Dejé de saborear mi bebida,
dejé de oír a mis amigos y a la gente de las mesas contiguas, dejé de fijarme
en el río de personas que andaban a escasos centímetros de donde estábamos
sentados, dejé de notar el sol… tan sólo estaba ella.
Andaba repartiendo
romero a cambio de unos euros a la gente que estaba sentada en la terraza. Iba
serpenteando por entre las mesas con una gracia y una sensualidad dignas de
mención, raro era aquella persona que no se fijaba en ella, pero casi nadie
aceptaba la ramita de romero; si bien, me fijé en que aquellas escasas personas
que aceptaban la planta, tras olerla, les cambiaba las facciones, todos sin
excepción presentaban una cara de placer y satisfacción que no podían controlar
ni enmascarar, entraban en una especie de estado trascendental de máxima gozo,
se recostaban en el respaldo de la silla y simplemente, mirando a la nada,
sonreían.
En la mesa de al lado,
había un grupo de tres hombres de mediana edad, que estaban borrachos, hablaban
alto para hacerse notar y hacían bromas sin gracia. Cuando vieron aparecer a la
chica, empezaron a hacer bromas de mal gusto hacia ella, uno de los camareros
salió a la calle, pero se limitó a mirarles inquisitivamente. Por supuesto no
se dieron por aludidos y siguieron con sus bromas; la mujer por su parte seguía
a lo suyo como si la cosa no fuera consigo, ella seguía repartiendo ramitas de
romero a aquellos afortunados que las aceptaban.
Finalmente, cuando
llegó a la mesa de los borrachos, astutamente la fue a esquivar de una manera
disimulada, pero al irlo a hacer, uno de ellos le dio una palmada en el culo, y
al girarse para reprenderle, otro, la cogió por la cintura con la intención de
besarla, ella, cogió una de las cervezas que estaba a medio terminar y se la
tiró encima, a lo que se puso de pie maldiciéndola, y dándola un empujón.
Sin pensármelo, me
levanté y en un acto reflejo, le retorcí el brazo por detrás de la espalda y le
apreté la cara contra la mesa ocasionando que todas las bebidas de la mesa se
cayeran. Los otros dos hombres, se levantaron rápidamente y uno de ellos se
calló de espaldas al tropezarse con su propia silla. Ninguno ayudó a su amigo,
no sé si por la borrachera, por lo repentino de mis actos o por el susto que
llevaban encima, pero el caso es que se quedó cada uno en su sitio mirándome.
-
Discúlpate. – Le dije casi en un
susurro.
-
Que te jodan. - Me dijo con los dientes
apretados sin poderlos abrir debido a la presión que ejercía mi mano sobre su
cabeza.
-
Discúlpate. – Le dije apretando más
todavía mi mano sobre su cabeza. La verdad es que no entendía por qué estaba
haciendo aquello, quizás yo también estaba algo bebido pero el caso es que no
podía dejar de hacerlo, era como si una fuerza interior me estuviera obligando
a hacer aquello.
-
¡Lo siento! ¿Vale? Lo siento. – Dijo
casi entre lágrimas. Al escucharlo, le solté inmediatamente y se cayó al suelo
mientras se masajeaba la parte de la cara que había estado en contacto con la
mesa. Uno de sus amigos le cogió por debajo del hombro y se fueron sin mirar
atrás.
-
Muchas gracias. – Me dijo aquella mujer
mientras me sonreía y me tendía una ramita de romero. Su voz era celestial,
casi tan bella como ella. Aquella voz era dulce pero con carácter, era como si
cantara en lugar de hablar, pero poniendo un énfasis en cada sílaba para que
ninguna letra se perdiera en el viento.
Iba a contestarla y a
oler la ramita de romero a modo de gratitud cuando una presencia detrás de mí
me sobresaltó. Cuando me giré, había una anciana a escasos metros de mí,
observándome. Tenía un ojo de cristal, pero te miraba con tal fuerza que te
traspasaba el alma.
-
¿Cuál es tu nombre, joven? – Su voz no
correspondía con su apariencia, seguramente era la persona más anciana que
había visto jamás, pero tenía una voz bastante bonita y suave.
-
Alfonso… - Logré decir tras unos
segundos de espera, no podía dejar de mirar aquel ojo de cristal.
Aquella anciana era muy
baja, estaba ligeramente encorvada, pero no se ayudaba de ningún bastón. Al
decirle mi nombre, asintió y con una sola mirada a la joven, bastó para que ésta
fuera hacia ella y se posicionara detrás como custodiándola.
-
Síguenos… Alfonso. – Dijo girándose. Ni
siquiera me dio opción a contestar o a replicar o a preguntar a dónde.
Sin saber por qué, me
despedí de mis amigos y me fui con las dos mujeres. Al doblar una esquina,
apareció un coche negro de alta gama con las lunas tintadas. La anciana se
metió en el asiento de delante, y del trasero se bajó un joven que me hizo un
gesto indicándome que me metiera en el coche, la chica joven se metió por la
puerta contraria.
El conductor era un
hombre mayor pero sin llegar a la edad de la anciana. Una vez todos en el
coche, el conductor me miró por el retrovisor. Cuando nuestras miradas se
encontraron, se me heló la sangre, era como si me estuviera leyendo la mente,
metiéndose en mis pensamientos… Pensé en si había sido buena idea haberme metido
en un coche sin conocer a los ocupantes.
-
Tranquilo… - Dijo agachando la vista y
concentrándose en la carretera.
Durante el viaje nadie
dijo ni una sola palabra, pero el ambiente no era tenso, todo lo contrario,
estaba a gusto a pesar de la situación. Miraba por la ventana absorto en mis
pensamientos… al cabo de un buen rato, me percaté de que dejamos a tras la
ciudad y que llevábamos un buen rato por carreteras secundarias que dieron a su
vez paso a caminos de arena sin asfaltar.
Finalmente, y tras
varias horas de viaje, llegamos a unos portones de acero que encajaban en unos
muros altos de piedra que se perdían a ambos lados. Sin duda alguna cercaba una
gran parcela privada.
Al llegar a los
portones, el conductor dio a un botón de un mando que sacó de la guantera y
automáticamente se abrieron, pasó, y volvió a dar al botón, no aceleró hasta
cerciorarse por el retrovisor de que los portones volvían a estar cerrados.
El coche anduvo por un
camino de arena muy despacio durante unos cinco minutos aproximadamente, a los
lados se extendían unos jardines en los que no había ni una sola planta y ni un
solo árbol, tan sólo césped, me fijé y comprobé que estaba concienzudamente
cuidado, no había una zona más seca que otra y no había una brizna más alta que
otra, estaba perfectamente regado y presentaba un verde vivo que delataba la
perfecta salud de aquel trozo de flora.
Finalmente llegamos a
una rotonda que custodiaba la entrada principal de una mansión, en medio de aquella
gran glorieta había una fuente cuya agua jugaba desinteresadamente saltando al
aire y volviendo a caer en el centro.
Aquella mansión era
imponente, tenía macizas paredes con amplios ventanales y majestuosas columnas
cada pocos metros que aguantaban la enorme terraza del segundo piso. El
majestuoso edificio era en su totalidad de un blanco pulcro, no había una sola
mancha ni desconchón en toda su fachada; el blanco era tal, que cuando los rayos
del sol rebotaban hacia ti, te hacia cerrar los ojos y protegerte con la mano. El
único toque de color provenía de las enormes columnas, pues estas eran de un
verde cristalino con remaches negros.
Cuando nos habíamos
bajado todos del coche salió de la puerta principal un anciano vestido de traje
negro, camisa blanca y sombrero; salió a los pocos segundos de abandonar el
coche.
-
Buenas noches. – Dijo aquel anciano a
nadie en concreto. No me había dado cuenta de que efectivamente el sol ya se
había puesto, aunque todavía había suficiente claridad como para no tener que
encender las luces.
-
Buenas noches. – Le contesté mirándole a
los ojos; por el contrario nadie le devolvió verbalmente el saludo, se
limitaron a agachar la cabeza tímidamente cuando pasaron delante de él. La
joven, por el contrario le dio un beso en la mejilla y le susurro algo al oído.
Éste sonrió levemente y afirmo con la cabeza casi de una manera
inapreciable.
Todos entraron en la
mansión, el anciano esperó a que entrara yo y solo entonces cerró la puerta
delicadamente, aunque el sonido de la puerta al cerrarse, envolvió toda la
estancia con su sobrecogedor sonido.
Nunca había visto tanta
riqueza y con tan buen gusto. Tanto a derecha como a izquierda, había dos
pasillos que se perdían en la distancia, en frente había un gran ventanal de
suelo a techo y a ambos lados de éste dos majestuosas escaleras que se
encorvaban sobre sí mismas para acabar enfrentadas en el segundo piso. El suelo
era ajedrezado con baldosas blancas y negras, la escalera era blanca y toda la
estancia presentaba tal limpieza y brillo que parecía que estaba echo de
cristal.
-
Gracias por protegerme en el bar. – Dijo
la joven, y dándome dos besos y sin dejar que contestara, se fue por uno de los
pasillos, los demás habían desaparecido sin haberme dado cuenta.
De repente me encontré
a solas con aquel anciano que no dejaba de mirarme. Fue entonces cuando fui
consciente del silencio que nos envolvía, no se oía absolutamente nada a
excepción del “tic tac” de un gran reloj de péndulo que había en una de las
paredes. Era un sonido que te envolvía y no sé por qué extraña razón me hacía
sentir cómodo, como si fuera un sonido familiar para mí.
El reloj era una
auténtica obra maestra, confeccionado con una madera noble y pintada al detalle
de un color blanco manchado con tonalidades grisáceas. Era más alto que yo y
presentaba una esfera negra con adornos florales pero sin llegar a la
opulencia.
-
Perteneció a mi bisabuelo, y desde
entonces ha permanecido en mi familia. – Me dijo mirándome y con una amplia
sonrisa en la boca.
Madre mía, a su
bisabuelo… ese reloj debía de tener más de 200 años y parecía que lo habían
construido ayer de lo cuidado que estaba.
-
Sígueme. - Me dijo mientras se dirigía
al pasillo de la izquierda.
Le seguí, era un
pasillo amplio y acogedor, a la derecha había una línea interminable de puertas
intercaladas por paredes en las que había una infinidad de cuadros de
diferentes tamaños pero todos, sin excepción, presentaban temas florales o de
labranza, bodegas con jarrones llenos de exóticas flores, campos con
agricultores recogiendo heno, campesinos recolectando azafrán, campos de
lavanda, bosques de cítricos… y a la izquierda, la pared contaba con ventanales
enormes pero cubiertos con cortinas blancas translúcidas, que permitían el
traspaso de la todavía claridad pero que no dejaban ver que había al otro
lado.
Finalmente entramos en
la puerta del final del pasillo. La sala era una biblioteca enorme, contaba con
dos pisos y todas las paredes estaban cubiertas por estanterías de madera noble
cubiertas por infinidad de libros.
Se sentó en un
escritorio todo él hecho de madera, era bastante grande y muy elegante, las
patas estaban decoradas con adornos florales hechos con la madera de las
propias patas, y tenía un color muy parecido al de la caoba. Las sillas que
componían el juego completo estaban hechas de la misma madera que la mesa y
estaban tapizadas con un asiento y un respaldo de una tela parecida a la seda,
de color blanco marfil.
Él se sentó en su silla
y yo en la silla de la derecha que había en frente de la gran mesa; aquel
anciano sentado en aquella biblioteca detrás de su infranqueable mesa de
madera, me imponía, y permanecí inmóvil y sin decir ni una sola palabra a la
espera de los acontecimientos.
Al cabo de unos minutos
sin decir ni una sola palabra, se recostó en el respaldo y abrió un cajón que
había en frente de él; sacó un pequeño cofre hecho de madera, me pareció que
era de la misma madera que la mesa pero estaba mucho más deteriorado.
Lo giró y lo abrió de
tal modo que me permitió ver su contenido; éste contenía diez frascos de
cristal no más grandes que la palma de la mano. Los frascos eran translúcidos
de tal modo que podías ver si estaban llenos o vacíos; y todos poseían la misma
tapa que acababa en forma bulbosa, como si fuera la tetina de un biberón.
Me incorporé en la
silla para poder ver mejor y me fijé en que cada frasco había grabada una letra
de color negro, al principio creía que estaban dibujadas pero luego me di
cuenta de que estaban grabadas en el cristal de tal modo que tenían relieve al
tacto.
Le miré a los ojos y
antes de que pudiera pronunciar palabra asintió dándome su consentimiento, de
tal modo que cogí uno de los frascos; apenas pesaba pero el cristal era grueso
y daba la sensación de fortaleza. Pasé el dedo por la letra y efectivamente,
estaba grabada y tenía relieve. Lo dejé de nuevo en su sitio con la mayor
delicadeza de la que fui capaz.
Había diez frascos con
las siguientes letras: Al, T, F, M, A, O, S, An, N y D. Fui repasando con la
vista todos y cada uno de ellos. Cuando acabé, le miré a los ojos, estaba muy
serio pero no trasmitía enfado sino todo lo contrario.
-
Alegría, Tristeza, Frustración, Miedo,
Amor, Odio, Satisfacción, Ansiedad, Nostalgia y Desilusión. – Dijo casi en un
susurro. Mi cara debía de ser un poema, no había entendido nada, obviamente las
palabras sí, pero no sabía a qué se refería o que me quería decir, y debió de
darse cuenta pues sonrió juntando las puntas de los dedos de ambas manos.
-
Son la base de todo sentimiento que
experimenta un ser humano en el transcurso de su vida. – Me dijo.
-
¿Pero existen muchísimas más clases de
sentimientos? – Le respondí.
-
Sí, pero todos los demás son
derivaciones de éstos; de tal modo que por ejemplo, la felicidad, júbilo,
entusiasmo, agrado… son derivaciones de la alegría, y, crueldad, maldad… son
derivaciones del odio. Digamos que existen unos sentimientos base, y que de
éstos se derivan los demás. – Me explicaba.
Seguía sin entender
nada, no sabía qué tenía que ver el tema de los sentimientos con los frascos que
tenía frente a mí.
-
Como te he dicho, éstos son los
sentimientos base de la vida, y todos y cada uno de ellos, provocan lágrimas en
las personas que los están experimentando en el momento. – Me miraba fijamente
a los ojos, como si me hablaran éstos y no sus labios.
-
¿Me estás diciendo que los frascos están
llenos de lágrimas? – Dije riéndome.
-
Sí. – Me dijo sin un atisbo de sonrisa
en su rostro. – No subestimes el poder de una lágrima, no te puedes imaginar el
gran poder que hay en algo tan pequeño como una lágrima. – Me dijo
completamente serio.
-
Vaya… - No se me ocurrió nada más que
decir.
-
En el siglo quinto antes de Cristo,
existía una raza de personas que fueron sometidos por la raza dominante del
momento, se puede decir que fueron esclavos desde sus comienzos. Los utilizaban
para las tareas más arduas y pesadas, que en aquel momento se componían
principalmente de la labranza y de la cosecha. -
-
Vivían en regiones semidesérticas y el
clima no favorecía precisamente sus labores. Trabajaban de sol a sol en pésimas
condiciones e incluso había muertes de agotamiento. –
-
Un día, dos esclavos lograron escapar y
se fueron a regiones montañosas en busca de ayuda. Estuvieron tan solo un día
por miedo a que su ausencia se hiciera palpable y regresaron rápido por miedo a
posibles represalias y castigos hacía con sus compañeros. –
-
Por supuesto vinieron sin ayuda pero
trajeron unas semillas envueltas en una hoja de una planta que no lograron
identificar. Eso les llamó poderosamente la atención, pues de otra cosa no,
pero de flora eran unos expertos pues de eso dependía su supervivencia.
Consultaron con los más ancianos y nadie supo a qué planta correspondían esas
semillas. –
-
Lo mantuvieron en secreto y plantaron
las semillas en las cuatro esquinas de la chabola donde dormían los niños. Fue
más un capricho suyo que otra cosa, los adultos sabían que no iban a
sobrevivir, ya que las condiciones del suelo no eran las apropiadas para
plantar nada, y la poca agua que disponían era destinada en su totalidad a
regar los cultivos de sus señores; eran unas semillas que estaban destinadas a
morir. –
Aquel anciano me estaba
contando la historia mirando a la nada, tenía los ojos abiertos de par en par
pero no miraba a nada en concreto, tenía la vista completamente perdida, era
como si estuviera recordando la historia en lugar de relatarla.
-
Los días pasaban sin ningún cambio, pero
los adultos comenzaron a fijarse en que los niños estaban de algún modo
nerviosos y entusiasmados por algo que no lograban entender, las condiciones
eran insalubres e inhumanas, pasaban hambre, sed, calor… lo dejaron correr
pensando en la fortaleza de la mente de los niños que conseguían evadirse de
aquel lugar con fantasías y juegos… -
-
Las semanas fueron pasando y el
entusiasmo de los chavales fue en aumento, los ancianos decidieron investigar
más en profundidad pues estaban empezando a llamar la atención de sus señores y
eso no era cosa buena para nadie. –
-
Una noche, al refugio de la oscuridad,
se metieron en la chabola de los niños y descubrieron atónitos que en las
cuatro esquinas, había cuatro plantas, no levantaban más de un palmo de la
tierra y cada una era diferente de la otra. -
-
Así pues, la que estaba orientada al
Norte, era de un verde azulado con largas hojas bulbosas y redondeadas; del
medio salía una ramita con flores blanco azuladas… recordaba a una orquídea. La
que estaba orientada al Este presentaba tonalidades anaranjadas sobre un fondo
verde apagado y cuyas hojas acababan en finas puntas flechadas; del medio de la
planta salía una ramita con flores de color rojo anaranjado… recordaba
vagamente a un crisantemo. La que estaba orientada al Oeste, presentaba
tonalidades violáceas con hojas trifásicas, nuevamente del medio de la planta,
crecía una ramita con flores violetas sobre fondo blanco… recordaba a los
lirios. Y por último, la planta orienta al Sur, presentaba tonalidades
marronáceas sobre un verde oscuro, cuyas formas variaban de cada una de las
hojas, las flores abrazadas a la ramita central tenían un color pardo más
semejante a los frutos de los pinos que a una flor como tal… recordaba
vagamente a un pequeño cardo silvestre. –
-
Los ancianos no daban crédito a sus
ojos, era del todo imposible que nada creciera en aquellas circunstancias, en
tan malos suelos y con absoluta ausencia de agua, de lo único que podían
disfrutar aquellos milagros florales eran del sol que se colaba por las
numerosas y amplias rendijas del techo y de las ventanas sin cristal de las
paredes. –
-
Los ancianos se sentaron en el suelo con
los chavales para que les contaran cómo habían logrado aquella proeza. –
-
El niño de más edad tomó el mando y
todos se callaron; éste les contó que tras plantar las semillas, comenzaron a
regarlas con lágrimas pues era la única fuente de líquido que disponían.-
-
Les contó que a modo de juego y para
evadirse de aquel lugar, cada tipo de lágrima formado por cada distinto
sentimiento iría a una planta en particular, de tal modo que no mezclasen las
lágrimas. –
-
Así, en la planta del Sur, echaban las
lágrimas originadas por la alegría que sentían cuando los mayores le
felicitaban por el trabajo que habían hecho; en la planta del Norte por el
contrario vertían las lágrimas de la tristeza que les invadía cuando los
mayores les regañaban por algo; en la del Este echaban las lágrimas del miedo
que sentían hacia sus señores y en la del Oeste las regaban con las lágrimas
del amor hacia sus familiares y amigos. –
-
Los ancianos seguían atónicos, ¿Cómo era
posible que una planta sobreviviera con lágrimas? No tenía ninguna explicación
lógica, pero ahí estaban, aquellos brotes vivientes se alzaban orgullosos
delante de ellos. Otra cuestión que los desconcertaba, era que nadie en el
clan, nadie, conocía el nombre de aquellas cuatro plantas ni las había visto
jamás. –
-
Cuando el portavoz de los niños acabó el
relato, sacó de su bolsillo una bolsita con más semillas, les dijo que en total
había diez tipos de semillas diferentes contando con las que ya estaban
plantadas. Los ancianos decidieron plantar todas en aquella chabola repartidas
en diferentes ubicaciones del suelo. –
-
Finalmente plantaron el último tipo de
semilla en el centro de la chabola. Los ancianos se reunieron y dictaminaron
los sentimientos restantes a cada una de las semillas que faltaban dividiendo
los sentimientos de la forma que te he contado antes; de tal manera que
empezaron a regar las semillas nuevas con las lágrimas formadas por la
frustración, la satisfacción, la ansiedad, la nostalgia y la desilusión. -
-
Las semillas plantadas en el centro de
la chabola eran regadas con lágrimas originadas por el odio que sentían hacia
sus señores causantes de tanta desgracia y muerte para con los suyos. Éste
sentimiento era de lejos el más fuerte y abundante, además de fácil de
conseguir y pronto comenzó a alzarse sobre el suelo una vigorosa planta con
tonalidades negras y con flores acampanadas parecidas a las de las calas, de un
negro azabache brillante, realmente era una planta que infundía respeto y en
cierta medida temor. –
-
Con el paso del tiempo, se dieron cuenta
de que al respirar el aroma de las plantas, te invadía un sentimiento en todo
tu ser directamente ligado al tipo de lágrimas con las que se regaban las
plantas. Empezaron a estudiar aquel fenómeno hasta conseguir que al aspirar el
aroma de las plantas, en la persona en cuestión actuaba de una manera casi
sobrenatural aquel sentimiento. –
-
Pronto se dieron cuenta del gran
potencial que tenían entre sus manos, y no tardaron en prestar especial
atención a la planta que crecía majestuosa en el centro de aquellas ruinosas
paredes. –
-
Cuando pasabas tiempo cerca de ella o
estabas lo suficientemente cerca como para oler al aroma que desprendía sus
flores, te ibas sintiendo cada vez peor, y solo te curaba el reposo y la
lejanía de aquella planta. –
-
Cuanto más tiempo pasaba y más crecían
las plantas, aquella acción sobrenatural e inexplicable iba cogiendo más
intensidad y fuerza, tanto en los sentimientos positivos como en los negativos.
–
-
Con el paso de los años, las plantas
habían crecido lo suficiente como para poder hacer esquejes de ellas sin dañar
en exceso la planta. –
-
Por fin, y gracias a su notable
paciencia, tenían ante ellos la llave de la libertad, era un movimiento
arriesgado y no sabían si funcionaría, pero si triunfaban, tenían la libertad
de su pueblo para siempre, y si no, estarían condenados a la esclavitud el
resto de sus días. –
-
Todo estaba listo, llevaban días
confeccionando jarrones de arcilla hechos con la arena del suelo en donde
labraban, y los habían adornado con diferentes abalorios encontrados en
diferentes lugares, todo servía, desde hojas secas de los cultivos, a guijarros
o incluso plumas de los pájaros que a veces iban a morir a aquellos solares
interminables. –
-
En cada jarrón habían puesto un esqueje
de la planta regada con las lágrimas del odio, y tenían como misión regalar
aquel presente a todos y cada uno de los señores que dominaban a su pueblo;
habían estado debatiendo largamente quien debía hacer aquellos regalos,
finalmente se decantaron por los niños más jóvenes del pueblo para apelar a la
inocencia del presente y enmascarar en la mayor medida de lo posible aquellos
regalos. –
-
En todas las casas de los señores, había
un jarrón con aquel esqueje, habían aceptado el regalo bajo el pretexto de
alguna enrevesada falacia de gratitud hacia ellos. Ahora tan sólo tenían que
demostrar una vez más su paciencia y sentarse a esperar los acontecimientos. –
-
Éstos no se hicieron esperar mucho, a
los pocos días, comenzaron a enfermar, y a las pocas semanas a morir, a los
meses la población de los señores estaba diezmada en su totalidad; no se lo
podían creer, eran libres para siempre, los años de esclavitud, torturas y
trabajos forzados habían llegado a su fin. –
-
Bien… nosotros somos los descendientes
directos de aquella gente; a lo largo de los siglos hemos ido introduciendo
gente pura de corazón para ir renovando sangre. – Dijo volviendo en sí.
-
¿Pura de corazón? –
-
Si, gente que actúa por el bien de los
demás sin pedir nada a cambio, actúan de una forma altruista por el bien ajeno,
como hiciste tu ayer en la cafetería al defender a mi hija de aquellos
borrachos. –
Me sonrió de una manera
tremendamente cómplice y se levantó del sillón, se acercó a un gran armario que
había a la derecha del escritorio, y sacó una llave que la llevaba en un
colgante atado al cuello. Abrió aquel gran armario y sacó un cofre casi
idéntico al suyo, me lo puso en frente y me cogió la mano para ponerme en ella
una pequeña llave hecha de plata.
-
Aquí tienes tu cofre, llena los botes
con pretextos benignos y siempre te irá bien en la vida. – Me dijo mientras se
dirigía a la puerta de la biblioteca.
-
Sígueme. – Me ordenó con cariño.
Comenzamos a recorrer
una infinidad de pasillos, bajando y subiendo escaleras, cruzando puertas…
desde luego, si me hubieran dejado sólo, me habría perdido sin lugar a dudas.
Tras unos largos minutos serpenteando dentro de la casa, llegamos a una
estancia en la que en la pared del fondo había unas puertas acristaladas tan
amplias que llegaban del suelo al techo, eran blancas y los cristales
traslúcidos.
El anciano abrió los
grandes ventanales y ante nosotros se reveló un inmenso jardín, el más grande y
bonito que jamás había visto, estaba completamente amurallado con fronteras que
parecían intentar llegar al cielo, pero debido a la gran inmensidad de aquel
jardín no tenías la sensación de encontrarte entre muros.
Estaba dividido con
parcelas que se delimitaban con las propias flores y árboles, entre las
parcelas florales había pequeños pero acogedores pasillos de tierra que te
permitían recorrer cada rincón de aquel tesoro floral.
También había numerosas
personas absortas en lo que parecía sus labores de jardinería, hablaban entre
ellas mientras regaban y podaban.
Bajamos unas grandes
escaleras talladas en mármol para acceder al jardín, una vez en el suelo, tanto
a mano derecha como a izquierda, había dos grandes terrazas presididas por dos
grandes pérgolas de acero pintadas de blanco. Nos sentamos alrededor de una
mesa circular hecha del mismo material que la pérgola.
-
Veras, nosotros nos dividimos
principalmente en dos grandes grupos, los Invernales nacidos en invierno y
otoño, y los Estivales, nacidos en verano y primavera; esto no influye en más
que en el desarrollo de ciertos sentimientos frente a otros, es decir, los
invernales son más propensos a la satisfacción, la nostalgia… y los estivales
más propensos al amor… claro que siempre hay excepciones. –
-
Esto influye en la energía que se
vierten a las plantas y por consecuencia a su desarrollo y crecimiento. –
-
Entiendo... –
Mientras hablábamos,
nos tomamos unas infusiones. Resultaba un poco amarga pero el sabor final era
agradable.
-
Ven, te mostraré tu parcela… - Me dijo
cuándo nos hubimos terminado las infusiones.
Comenzamos a serpentear
por aquel inmenso jardín.
-
Deberás aprenderte el camino si no
quieres perderte. – Me dijo con la sonrisa de un niño.
Cada vez que nos
cruzábamos con alguien, dejaban lo que estuvieran haciendo y saludaban
efusivamente al anciano. Había gente de todas las edades, sexos y razas.
Tras un buen rato
serpenteando por parcelas repletas de flores, llegamos a una que estaba vacía. Desde
mi parcela no se veía la casa, estábamos bastante alejados y las demás parcelas
repletas de flores y arboles no ayudaban precisamente a ubicarte. Mirara por
donde mirara me rodeaba plantas. Era realmente acogedor.
-
Toma, estas son tus semillas. – Me dijo
mientras se sacaba una bolsita de plástico del bolsillo.
-
Son las semillas de las plantas que
hemos estado comentando. Te habrás fijado en que aparte de las flores, también
hay árboles en las parcelas, concretamente dos, los arboles sirven de guía para
las plantas, una especie de protección y talismán para éstas, plántalos en
sitios opuestos para “abrazar” el conjunto de la parcela y de las plantas. ¿Qué
dos árboles quieres? –
-
Me gusta el sauce llorón y el álamo. –
-
Curiosa elección. ¿Sabes cuál es la
simbología de tus árboles? –
-
Sinceramente no, simplemente me gustan
desde niño, siempre me he fijado en ellos cuando los he tenido cerca. – Le
decía con sinceridad.
-
El sauce llorón tiene varias
simbologías, resumiendo entre las diferentes culturas que hay, el sauce llorón
evoca la melancolía y la continuidad, en oriente se usa este árbol para evitar
a los malos espíritus, y para los celtas, es un árbol sagrado ligado a la
muerte. Al igual que el álamo, que está directamente ligado con las almas. Son
dos árboles con una fuerte carga mística y espiritual. –
-
Los árboles se riegan con el conjunto de
las lágrimas de los diferentes sentimientos, no se hace diferenciación, debido
a su gran tamaño y fortaleza, en ellos se aceptan el conjunto de sentimientos.
– Me explicaba.
-
Cultiva tus flores y árboles con bondad
y humildad en el corazón, y usa sus propiedades con positividad y para el bien,
de este modo tendrás prosperidad el resto de tu vida. – Concluyó.
Y diciendo esto, me dio
un fuerte apretón de manos mientras me sonreía. Se giró y se perdió entre los
diferentes pasillos que formaban las parcelas florales, dejándome a solas con
mis semillas.