domingo, 26 de febrero de 2017

Una mirada.

Estoy convencido de que te sentirás identificado con esta frase que habla sobre las miradas… y que hoy comparto contigo.

“Quién no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación.”

A lo largo de tu vida seguro que has “hablado” con la mirada, yo desde luego sí. Y es una sensación tremendamente cómplice con quien lo haces… puede ser un familiar, un amigo, tu pareja, un compañero de trabajo… da igual… pero cuando entablas esa peculiar conversación silenciosa, algo nace entre esa persona y tú.

Yo tengo la suerte de poseer esa facultad, y siempre que ha surgido, ha sido muy especial. Reconozco que es una acción que no se puede forzar, simplemente ocurre. Ese cruce de miradas cargada de palabras, te interconecta con la otra persona de una manera única.

Te invito a que te abras a este tipo de “conversación”… es muy especial.

¿Cierto?

jueves, 23 de febrero de 2017

Caballitos de mar.

Hoy quiero compartir contigo mi pasión por los animales. Siempre me han gustado, y trabajar con ellos conociéndoles de la manera más personal posible, para así, “entenderles”, era un proyecto que me nació desde bien pequeño… Hace muchos años tuve la suerte de trabajar en unas instalaciones donde tuve un trato muy estrecho con diferentes animales del Mar. (Proyecto cumplido). Me dedicaba a estudiar la química de sus hábitats y a sus cuidados en general. Aprendí mucho de éste mundo que hasta entonces era absolutamente desconocido para mí.
 
Cuando terminaba mi trabajo estipulado, en mi tiempo libre, me dedicaba a observarlos sin la presión del trabajo… un día, mi curiosidad se centró en unos Caballitos de Mar (Hippocampus sp.) que había en una zona apartada.
 
Comencé a interesarme por ellos hasta tal punto, que junto con otro compañero, logramos criarlos. Fue una experiencia gratificante a todos los niveles, tanto en el ámbito laboral, pues es una especie muy complicada de criar, como en el personal, y desde luego, jamás lo olvidaré.
 
De las cosas que más me llamó la atención y lo que más me despertó la curiosidad por estos curiosos animales, fue su tipo de reproducción. La cual la estudié y documenté.
 
Resulta que se cortejan durante días, realizando movimientos conjuntos a modo de danzas. En concreto, estos caballitos son de color amarillo y la hembra cuando entró en celo se volvió color blanquecino, ver la trasformación en la pigmentación de su piel fue increíble. Llegado el momento de aparearse, la hembra deposita los huevos en una bolsa abdominal que tiene el macho, y ahí son fecundados. Aquí es donde radica lo peculiar de estos animales… desde ése momento el macho es el encargado de sacar adelante a su prole. Los huevos fecundados eclosionan dentro de la bolsa del macho y llegado el momento, son soltados al agua ya constituidos como caballitos de mar, eso sí, en miniatura. En ese momento las crías son abandonadas por sus progenitores y dejadas a su suerte.
 
¿Curioso, verdad?
 
Ver aquellas crías nadando en el acuario y saber que en cierta medida fue gracias a nosotros, fue muy gratificante. Desde luego aprendí mucho; me encantaba pasar las horas del día sin percatarme en realidad de su paso, aprendiendo todo lo que era capaz sobre estos animales. Casi todos los días se ponía el Sol sin ni siquiera darme cuenta. Fue una experiencia que aportó mucho a mi vida y que siempre llevaré conmigo.  
 
 
Crías de Caballito de mar.
Alfonso B. C.


Caballito de mar.
(Macho)
Alfonso B. C.

Caballitos de mar.
(Hembra y Macho)
Alfonso B. C.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 20 de febrero de 2017

Cargueros.

Hoy quiero compartir contigo la admiración por algo, que de verdad no sé por qué me atrae…  pero siempre me ha llamado la atención los grandes transportes, los macro vehículos me parecen obras de la ingeniería fascinantes, y los cargueros no podían ser menos. Es pura física, pero me parece increíble que una estructura de millones de toneladas, flote, haciendo que parezca la cosa más natural del mundo.

Una mañana me cogí el coche pues me levanté con las ganas de ver uno de verdad, quería ver aquellas moles flotantes en directo; madrugué y dejé que el coche me llevara a un gran astillero. Al cabo de unas cuantas horas conduciendo y escuchando buena música, llegué al puerto de Valencia. El Destino debía de estar de mi lado ese día, pues llegué al puerto donde un gigantesco carguero estaba llegando repleto de contenedores.

Fue impresionante verlo acercarse y maniobrar hasta llegar a su punto de anclado. Me pareció curioso que ésa mole enorme, necesitara de la ayuda de otro barco, mucho más pequeño, para maniobrar. Me quedé sentado sobre el suelo, contemplando toda aquella “orquesta” sin percatarme del paso del tiempo, y la verdad que me dio igual. Estaba disfrutando de algo que siempre había querido hacer... (proyecto cumplido).   

Otra cosa que vi y que me llamó la atención fue que al lado del carguero había un hombre en una especie de piragua… yo le tengo mucho respeto al mar en todas sus facetas, y ver a aquella persona en una piragua al lado de aquel gigante… se me heló la sangre, yo desde luego habría sido incapaz de hacer aquello. Tuve suerte de “capturarlo” en la foto que comparto contigo hoy…

Desde luego, me alegré de haber cogido el coche esa mañana y haber tenido la oportunidad de ver todo aquello en vivo.
 
 
Carguero.
Alfonso B. C.

 
Carguero.
Alfonso B. C.

sábado, 18 de febrero de 2017

El poder de una sonrisa.

Habrás oído y leído cientos de frases referentes a la sonrisa, de hecho, compartiré contigo más de una sobre este tema, pero la de hoy, tiene una especial connotación para mí.

La frase es:

“Cosecha el poder de una sonrisa”

Corta, directa, sin rodeos, pero con mucho significado.

Ése día el Destino me dio una lección: estaba en el hospital haciéndome una revisión de una operación que afortunadamente salió bien. Cuando estaba en la sala de espera aguardando mi turno, me cogí una revista para tratar de engañar a mis nervios… la ojeé sin interés, pero llegué a un artículo que hablaba de los músculos que se mueven cuando articulas ciertas palabras, y dicho artículo concluía con la frase de hoy… la leí, me gustó pero no le di mayor importancia.

Llegó mi turno, salí de la consulta con la buena noticia de que todo estaba correcto y me fui al coche para volver a casa.

La salida de ese hospital tiene una rampa destinada a vehículos, pero cuando iba a comenzar la rampa, me encontré a dos hermanos que estaban ayudando a su madre, muy mayor, a salir del hospital. El hijo se posicionó unos pasos por detrás de ellas, cortando el paso. La madre andaba muy despacio y encorvada y por supuesto no daba un sólo paso sin la ayuda de su hija, la cual la sujetaba por un brazo y la cintura.

Al ver aquella estampa, dejé el coche al inicio de la rampa, puse el freno de mano y aguardé a que salieran… Como era de esperar, formé cola, y a los pocos segundos, los coches, comenzaron a pitar impacientemente. El hijo, al oír tanto pitido, me miró y le guiñé un ojo. Sabía que no procedían de mi coche y mi guiño le indicó que no había prisa, que yo esperaría a que llegaran a la salida tardaran lo que tardaran.

Una vez estuvieron fuera del hospital, quité el freno de mano y subí la rampa, la hija se dio la vuelta sin dejar de sujetar a su anciana madre y mirándome a los ojos, se limitó a sonreír; el hijo estaba a su lado y de seguro le comentó qué había hecho yo (cortar el paso y dar tiempo a que llegaran a la salida sin meter prisa).

Aquella sonrisa me llegó al alma, literalmente hablando; tenía cara de cansancio, sujetaba a su madre de avanzada edad y salían de un hospital… aquella sonrisa fue como si hubiéramos estado horas hablando, aquella sonrisa tenía tal carga de gratitud que me supuso estar todo el día con buen ánimo y dio un significado completo a la frase que había leído en la sala de espera…

Jamás en mi vida olvidaré ésa sonrisa ni el poder que llevaba implícita.        

 

miércoles, 15 de febrero de 2017

Azafrán.


Por supuesto sabrás qué es el azafrán; incluso lo habrás usado en la cocina más de una vez, pero… ¿alguna vez te has preguntado de dónde viene? Yo sí; y la respuesta es más sencilla de lo que parece, pues procede de una planta muy peculiar que la puedes encontrar paseando por casi cualquier montaña de España.

El azafrán, se obtiene de la recolección de los estigmas de ésta planta, llamada Crocus.

Hay más de ochenta especies, aunque de donde normalmente se suele sacar el azafrán, es de la variedad Crocus sativus. La flor es muy bonita, con tonalidades blancas y moradas que contrasta con el amarillo de sus estigmas los cuales se recolectan uno a uno y se dejan secar, para obtener el deseado condimento.

No hay máquina que pueda realizar la recolección, hay que hacerlo a mano, por lo que el proceso es enteramente artesanal y personal.

Es curioso cómo florecen en la naturaleza, pues además de ser flores “Invernales” pues florecen en otoño, son plantas “Solitarias”, rara vez las encuentras en grupos de más de tres. Se reparten por todo el territorio formando bonitas vistas, pero en realidad, crecen casi aisladas. Su polinización es entomófila (lo realizan los insectos), por lo que cuando estés observando las plantas, también podrás disfrutar de la presencia de abejas, mariposas y demás insectos alados, no abundantes debido a la época del año, pero que de seguro alguno se dejará ver.  

En concreto, las fotos que hoy comparto contigo, las hice durante una caminata por una montaña inmensa, en la provincia de Ávila.

Te invito a dar un buen paseo por cualquier montaña en ésta época del año, y observar al Azafrán en “Libertad”, eso sí, cuando subas allí arriba, ¡abrígate!

¿Curioso, verdad?

Flor del azafrán.
Alfonso B. C.

Flores del azafrán.
Alfonso B. C.













lunes, 13 de febrero de 2017

El poder de la paciencia.


Hoy quiero compartir contigo el primer Relatosueño. Como ya te he contado, son sueños que al despertarme, los escribo y los transformo en relatos cortos donde trato de contar una historia. El primero lo he titulado:  

“El poder de la paciencia”
 Espero que te guste…
 
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Jamás había visto una mujer tan bella. En el primer instante en que mis ojos se posaron sobre ella, me cautivó.
Estaba sentado en una terraza de un bar con unos amigos tomándonos un aperitivo, serían las doce de la mañana aproximadamente, el sol brillaba con fuerza pero sus rayos no te hacían daño cuando bañaban tu piel.
Debido al buen tiempo, todas las terrazas de los bares circundantes estaban como el nuestro, a rebosar de gente, y por las calles aledañas, había un río constante de gente caminando sin rumbo aparente.
Habíamos llegado un poco tarde y todas las mesas cercanas al bar estaban ya ocupadas, pero tuvimos la suerte de ocupar la última, la cual era la más alejada al bar; tanto era así que a veces un transeúnte despistado nos tenía que esquivar haciendo un quiebro en el último momento. 
Al rato de estar sentados y ya con las bebidas y las tapas a medio terminar, se acercó al bar una chica, era una auténtica belleza; cuando me fijé en ella, mis cinco sentidos dejaron de prestar atención a cuanto me rodeaba. Dejé de saborear mi bebida, dejé de oír a mis amigos y a la gente de las mesas contiguas, dejé de fijarme en el río de personas que andaban a escasos centímetros de donde estábamos sentados, dejé de notar el sol… tan sólo estaba ella.
Andaba repartiendo romero a cambio de unos euros a la gente que estaba sentada en la terraza. Iba serpenteando por entre las mesas con una gracia y una sensualidad dignas de mención, raro era aquella persona que no se fijaba en ella, pero casi nadie aceptaba la ramita de romero; si bien, me fijé en que aquellas escasas personas que aceptaban la planta, tras olerla, les cambiaba las facciones, todos sin excepción presentaban una cara de placer y satisfacción que no podían controlar ni enmascarar, entraban en una especie de estado trascendental de máxima gozo, se recostaban en el respaldo de la silla y simplemente, mirando a la nada, sonreían.
En la mesa de al lado, había un grupo de tres hombres de mediana edad, que estaban borrachos, hablaban alto para hacerse notar y hacían bromas sin gracia. Cuando vieron aparecer a la chica, empezaron a hacer bromas de mal gusto hacia ella, uno de los camareros salió a la calle, pero se limitó a mirarles inquisitivamente. Por supuesto no se dieron por aludidos y siguieron con sus bromas; la mujer por su parte seguía a lo suyo como si la cosa no fuera consigo, ella seguía repartiendo ramitas de romero a aquellos afortunados que las aceptaban.
Finalmente, cuando llegó a la mesa de los borrachos, astutamente la fue a esquivar de una manera disimulada, pero al irlo a hacer, uno de ellos le dio una palmada en el culo, y al girarse para reprenderle, otro, la cogió por la cintura con la intención de besarla, ella, cogió una de las cervezas que estaba a medio terminar y se la tiró encima, a lo que se puso de pie maldiciéndola, y dándola un empujón.
Sin pensármelo, me levanté y en un acto reflejo, le retorcí el brazo por detrás de la espalda y le apreté la cara contra la mesa ocasionando que todas las bebidas de la mesa se cayeran. Los otros dos hombres, se levantaron rápidamente y uno de ellos se calló de espaldas al tropezarse con su propia silla. Ninguno ayudó a su amigo, no sé si por la borrachera, por lo repentino de mis actos o por el susto que llevaban encima, pero el caso es que se quedó cada uno en su sitio mirándome.
-          Discúlpate. – Le dije casi en un susurro.
 
-          Que te jodan. - Me dijo con los dientes apretados sin poderlos abrir debido a la presión que ejercía mi mano sobre su cabeza.
 
-          Discúlpate. – Le dije apretando más todavía mi mano sobre su cabeza. La verdad es que no entendía por qué estaba haciendo aquello, quizás yo también estaba algo bebido pero el caso es que no podía dejar de hacerlo, era como si una fuerza interior me estuviera obligando a hacer aquello.  
 
-          ¡Lo siento! ¿Vale? Lo siento. – Dijo casi entre lágrimas. Al escucharlo, le solté inmediatamente y se cayó al suelo mientras se masajeaba la parte de la cara que había estado en contacto con la mesa. Uno de sus amigos le cogió por debajo del hombro y se fueron sin mirar atrás.
 
-          Muchas gracias. – Me dijo aquella mujer mientras me sonreía y me tendía una ramita de romero. Su voz era celestial, casi tan bella como ella. Aquella voz era dulce pero con carácter, era como si cantara en lugar de hablar, pero poniendo un énfasis en cada sílaba para que ninguna letra se perdiera en el viento.
Iba a contestarla y a oler la ramita de romero a modo de gratitud cuando una presencia detrás de mí me sobresaltó. Cuando me giré, había una anciana a escasos metros de mí, observándome. Tenía un ojo de cristal, pero te miraba con tal fuerza que te traspasaba el alma.
-          ¿Cuál es tu nombre, joven? – Su voz no correspondía con su apariencia, seguramente era la persona más anciana que había visto jamás, pero tenía una voz bastante bonita y suave.
 
-          Alfonso… - Logré decir tras unos segundos de espera, no podía dejar de mirar aquel ojo de cristal.
Aquella anciana era muy baja, estaba ligeramente encorvada, pero no se ayudaba de ningún bastón. Al decirle mi nombre, asintió y con una sola mirada a la joven, bastó para que ésta fuera hacia ella y se posicionara detrás como custodiándola.
-          Síguenos… Alfonso. – Dijo girándose. Ni siquiera me dio opción a contestar o a replicar o a preguntar a dónde.
Sin saber por qué, me despedí de mis amigos y me fui con las dos mujeres. Al doblar una esquina, apareció un coche negro de alta gama con las lunas tintadas. La anciana se metió en el asiento de delante, y del trasero se bajó un joven que me hizo un gesto indicándome que me metiera en el coche, la chica joven se metió por la puerta contraria.
El conductor era un hombre mayor pero sin llegar a la edad de la anciana. Una vez todos en el coche, el conductor me miró por el retrovisor. Cuando nuestras miradas se encontraron, se me heló la sangre, era como si me estuviera leyendo la mente, metiéndose en mis pensamientos… Pensé en si había sido buena idea haberme metido en un coche sin conocer a los ocupantes.
-          Tranquilo… - Dijo agachando la vista y concentrándose en la carretera.
Durante el viaje nadie dijo ni una sola palabra, pero el ambiente no era tenso, todo lo contrario, estaba a gusto a pesar de la situación. Miraba por la ventana absorto en mis pensamientos… al cabo de un buen rato, me percaté de que dejamos a tras la ciudad y que llevábamos un buen rato por carreteras secundarias que dieron a su vez paso a caminos de arena sin asfaltar.
Finalmente, y tras varias horas de viaje, llegamos a unos portones de acero que encajaban en unos muros altos de piedra que se perdían a ambos lados. Sin duda alguna cercaba una gran parcela privada.
Al llegar a los portones, el conductor dio a un botón de un mando que sacó de la guantera y automáticamente se abrieron, pasó, y volvió a dar al botón, no aceleró hasta cerciorarse por el retrovisor de que los portones volvían a estar cerrados.
El coche anduvo por un camino de arena muy despacio durante unos cinco minutos aproximadamente, a los lados se extendían unos jardines en los que no había ni una sola planta y ni un solo árbol, tan sólo césped, me fijé y comprobé que estaba concienzudamente cuidado, no había una zona más seca que otra y no había una brizna más alta que otra, estaba perfectamente regado y presentaba un verde vivo que delataba la perfecta salud de aquel trozo de flora.
Finalmente llegamos a una rotonda que custodiaba la entrada principal de una mansión, en medio de aquella gran glorieta había una fuente cuya agua jugaba desinteresadamente saltando al aire y volviendo a caer en el centro.  
Aquella mansión era imponente, tenía macizas paredes con amplios ventanales y majestuosas columnas cada pocos metros que aguantaban la enorme terraza del segundo piso. El majestuoso edificio era en su totalidad de un blanco pulcro, no había una sola mancha ni desconchón en toda su fachada; el blanco era tal, que cuando los rayos del sol rebotaban hacia ti, te hacia cerrar los ojos y protegerte con la mano. El único toque de color provenía de las enormes columnas, pues estas eran de un verde cristalino con remaches negros.
Cuando nos habíamos bajado todos del coche salió de la puerta principal un anciano vestido de traje negro, camisa blanca y sombrero; salió a los pocos segundos de abandonar el coche.
-          Buenas noches. – Dijo aquel anciano a nadie en concreto. No me había dado cuenta de que efectivamente el sol ya se había puesto, aunque todavía había suficiente claridad como para no tener que encender las luces.
 
-          Buenas noches. – Le contesté mirándole a los ojos; por el contrario nadie le devolvió verbalmente el saludo, se limitaron a agachar la cabeza tímidamente cuando pasaron delante de él. La joven, por el contrario le dio un beso en la mejilla y le susurro algo al oído. Éste sonrió levemente y afirmo con la cabeza casi de una manera inapreciable.   
Todos entraron en la mansión, el anciano esperó a que entrara yo y solo entonces cerró la puerta delicadamente, aunque el sonido de la puerta al cerrarse, envolvió toda la estancia con su sobrecogedor sonido.
Nunca había visto tanta riqueza y con tan buen gusto. Tanto a derecha como a izquierda, había dos pasillos que se perdían en la distancia, en frente había un gran ventanal de suelo a techo y a ambos lados de éste dos majestuosas escaleras que se encorvaban sobre sí mismas para acabar enfrentadas en el segundo piso. El suelo era ajedrezado con baldosas blancas y negras, la escalera era blanca y toda la estancia presentaba tal limpieza y brillo que parecía que estaba echo de cristal.
-          Gracias por protegerme en el bar. – Dijo la joven, y dándome dos besos y sin dejar que contestara, se fue por uno de los pasillos, los demás habían desaparecido sin haberme dado cuenta.
De repente me encontré a solas con aquel anciano que no dejaba de mirarme. Fue entonces cuando fui consciente del silencio que nos envolvía, no se oía absolutamente nada a excepción del “tic tac” de un gran reloj de péndulo que había en una de las paredes. Era un sonido que te envolvía y no sé por qué extraña razón me hacía sentir cómodo, como si fuera un sonido familiar para mí.
El reloj era una auténtica obra maestra, confeccionado con una madera noble y pintada al detalle de un color blanco manchado con tonalidades grisáceas. Era más alto que yo y presentaba una esfera negra con adornos florales pero sin llegar a la opulencia.
-          Perteneció a mi bisabuelo, y desde entonces ha permanecido en mi familia. – Me dijo mirándome y con una amplia sonrisa en la boca.
Madre mía, a su bisabuelo… ese reloj debía de tener más de 200 años y parecía que lo habían construido ayer de lo cuidado que estaba. 
-          Sígueme. - Me dijo mientras se dirigía al pasillo de la izquierda.
Le seguí, era un pasillo amplio y acogedor, a la derecha había una línea interminable de puertas intercaladas por paredes en las que había una infinidad de cuadros de diferentes tamaños pero todos, sin excepción, presentaban temas florales o de labranza, bodegas con jarrones llenos de exóticas flores, campos con agricultores recogiendo heno, campesinos recolectando azafrán, campos de lavanda, bosques de cítricos… y a la izquierda, la pared contaba con ventanales enormes pero cubiertos con cortinas blancas translúcidas, que permitían el traspaso de la todavía claridad pero que no dejaban ver que había al otro lado.  
Finalmente entramos en la puerta del final del pasillo. La sala era una biblioteca enorme, contaba con dos pisos y todas las paredes estaban cubiertas por estanterías de madera noble cubiertas por infinidad de libros.
Se sentó en un escritorio todo él hecho de madera, era bastante grande y muy elegante, las patas estaban decoradas con adornos florales hechos con la madera de las propias patas, y tenía un color muy parecido al de la caoba. Las sillas que componían el juego completo estaban hechas de la misma madera que la mesa y estaban tapizadas con un asiento y un respaldo de una tela parecida a la seda, de color blanco marfil.    
Él se sentó en su silla y yo en la silla de la derecha que había en frente de la gran mesa; aquel anciano sentado en aquella biblioteca detrás de su infranqueable mesa de madera, me imponía, y permanecí inmóvil y sin decir ni una sola palabra a la espera de los acontecimientos.
Al cabo de unos minutos sin decir ni una sola palabra, se recostó en el respaldo y abrió un cajón que había en frente de él; sacó un pequeño cofre hecho de madera, me pareció que era de la misma madera que la mesa pero estaba mucho más deteriorado.
Lo giró y lo abrió de tal modo que me permitió ver su contenido; éste contenía diez frascos de cristal no más grandes que la palma de la mano. Los frascos eran translúcidos de tal modo que podías ver si estaban llenos o vacíos; y todos poseían la misma tapa que acababa en forma bulbosa, como si fuera la tetina de un biberón.
Me incorporé en la silla para poder ver mejor y me fijé en que cada frasco había grabada una letra de color negro, al principio creía que estaban dibujadas pero luego me di cuenta de que estaban grabadas en el cristal de tal modo que tenían relieve al tacto.
Le miré a los ojos y antes de que pudiera pronunciar palabra asintió dándome su consentimiento, de tal modo que cogí uno de los frascos; apenas pesaba pero el cristal era grueso y daba la sensación de fortaleza. Pasé el dedo por la letra y efectivamente, estaba grabada y tenía relieve. Lo dejé de nuevo en su sitio con la mayor delicadeza de la que fui capaz.
Había diez frascos con las siguientes letras: Al, T, F, M, A, O, S, An, N y D. Fui repasando con la vista todos y cada uno de ellos. Cuando acabé, le miré a los ojos, estaba muy serio pero no trasmitía enfado sino todo lo contrario.
-          Alegría, Tristeza, Frustración, Miedo, Amor, Odio, Satisfacción, Ansiedad, Nostalgia y Desilusión. – Dijo casi en un susurro. Mi cara debía de ser un poema, no había entendido nada, obviamente las palabras sí, pero no sabía a qué se refería o que me quería decir, y debió de darse cuenta pues sonrió juntando las puntas de los dedos de ambas manos. 
 
-          Son la base de todo sentimiento que experimenta un ser humano en el transcurso de su vida. – Me dijo.  
 
-          ¿Pero existen muchísimas más clases de sentimientos? – Le respondí.
 
-          Sí, pero todos los demás son derivaciones de éstos; de tal modo que por ejemplo, la felicidad, júbilo, entusiasmo, agrado… son derivaciones de la alegría, y, crueldad, maldad… son derivaciones del odio. Digamos que existen unos sentimientos base, y que de éstos se derivan los demás. – Me explicaba.
Seguía sin entender nada, no sabía qué tenía que ver el tema de los sentimientos con los frascos que tenía frente a mí.
-          Como te he dicho, éstos son los sentimientos base de la vida, y todos y cada uno de ellos, provocan lágrimas en las personas que los están experimentando en el momento. – Me miraba fijamente a los ojos, como si me hablaran éstos y no sus labios.
 
-          ¿Me estás diciendo que los frascos están llenos de lágrimas? – Dije riéndome.
 
-          Sí. – Me dijo sin un atisbo de sonrisa en su rostro. – No subestimes el poder de una lágrima, no te puedes imaginar el gran poder que hay en algo tan pequeño como una lágrima. – Me dijo completamente serio.
 
-          Vaya… - No se me ocurrió nada más que decir.
 
-          En el siglo quinto antes de Cristo, existía una raza de personas que fueron sometidos por la raza dominante del momento, se puede decir que fueron esclavos desde sus comienzos. Los utilizaban para las tareas más arduas y pesadas, que en aquel momento se componían principalmente de la labranza y de la cosecha. -
 
-          Vivían en regiones semidesérticas y el clima no favorecía precisamente sus labores. Trabajaban de sol a sol en pésimas condiciones e incluso había muertes de agotamiento. –
 
-          Un día, dos esclavos lograron escapar y se fueron a regiones montañosas en busca de ayuda. Estuvieron tan solo un día por miedo a que su ausencia se hiciera palpable y regresaron rápido por miedo a posibles represalias y castigos hacía con sus compañeros. –
 
-          Por supuesto vinieron sin ayuda pero trajeron unas semillas envueltas en una hoja de una planta que no lograron identificar. Eso les llamó poderosamente la atención, pues de otra cosa no, pero de flora eran unos expertos pues de eso dependía su supervivencia. Consultaron con los más ancianos y nadie supo a qué planta correspondían esas semillas. –
 
-          Lo mantuvieron en secreto y plantaron las semillas en las cuatro esquinas de la chabola donde dormían los niños. Fue más un capricho suyo que otra cosa, los adultos sabían que no iban a sobrevivir, ya que las condiciones del suelo no eran las apropiadas para plantar nada, y la poca agua que disponían era destinada en su totalidad a regar los cultivos de sus señores; eran unas semillas que estaban destinadas a morir. –
Aquel anciano me estaba contando la historia mirando a la nada, tenía los ojos abiertos de par en par pero no miraba a nada en concreto, tenía la vista completamente perdida, era como si estuviera recordando la historia en lugar de relatarla.
-          Los días pasaban sin ningún cambio, pero los adultos comenzaron a fijarse en que los niños estaban de algún modo nerviosos y entusiasmados por algo que no lograban entender, las condiciones eran insalubres e inhumanas, pasaban hambre, sed, calor… lo dejaron correr pensando en la fortaleza de la mente de los niños que conseguían evadirse de aquel lugar con fantasías y juegos… -
 
-          Las semanas fueron pasando y el entusiasmo de los chavales fue en aumento, los ancianos decidieron investigar más en profundidad pues estaban empezando a llamar la atención de sus señores y eso no era cosa buena para nadie. –
 
-          Una noche, al refugio de la oscuridad, se metieron en la chabola de los niños y descubrieron atónitos que en las cuatro esquinas, había cuatro plantas, no levantaban más de un palmo de la tierra y cada una era diferente de la otra. - 
 
-          Así pues, la que estaba orientada al Norte, era de un verde azulado con largas hojas bulbosas y redondeadas; del medio salía una ramita con flores blanco azuladas… recordaba a una orquídea. La que estaba orientada al Este presentaba tonalidades anaranjadas sobre un fondo verde apagado y cuyas hojas acababan en finas puntas flechadas; del medio de la planta salía una ramita con flores de color rojo anaranjado… recordaba vagamente a un crisantemo. La que estaba orientada al Oeste, presentaba tonalidades violáceas con hojas trifásicas, nuevamente del medio de la planta, crecía una ramita con flores violetas sobre fondo blanco… recordaba a los lirios. Y por último, la planta orienta al Sur, presentaba tonalidades marronáceas sobre un verde oscuro, cuyas formas variaban de cada una de las hojas, las flores abrazadas a la ramita central tenían un color pardo más semejante a los frutos de los pinos que a una flor como tal… recordaba vagamente a un pequeño cardo silvestre. –
 
-          Los ancianos no daban crédito a sus ojos, era del todo imposible que nada creciera en aquellas circunstancias, en tan malos suelos y con absoluta ausencia de agua, de lo único que podían disfrutar aquellos milagros florales eran del sol que se colaba por las numerosas y amplias rendijas del techo y de las ventanas sin cristal de las paredes. –
 
-          Los ancianos se sentaron en el suelo con los chavales para que les contaran cómo habían logrado aquella proeza. –
 
-          El niño de más edad tomó el mando y todos se callaron; éste les contó que tras plantar las semillas, comenzaron a regarlas con lágrimas pues era la única fuente de líquido que disponían.-
 
-          Les contó que a modo de juego y para evadirse de aquel lugar, cada tipo de lágrima formado por cada distinto sentimiento iría a una planta en particular, de tal modo que no mezclasen las lágrimas. –
 
-          Así, en la planta del Sur, echaban las lágrimas originadas por la alegría que sentían cuando los mayores le felicitaban por el trabajo que habían hecho; en la planta del Norte por el contrario vertían las lágrimas de la tristeza que les invadía cuando los mayores les regañaban por algo; en la del Este echaban las lágrimas del miedo que sentían hacia sus señores y en la del Oeste las regaban con las lágrimas del amor hacia sus familiares y amigos. –
 
-          Los ancianos seguían atónicos, ¿Cómo era posible que una planta sobreviviera con lágrimas? No tenía ninguna explicación lógica, pero ahí estaban, aquellos brotes vivientes se alzaban orgullosos delante de ellos. Otra cuestión que los desconcertaba, era que nadie en el clan, nadie, conocía el nombre de aquellas cuatro plantas ni las había visto jamás. –
 
-          Cuando el portavoz de los niños acabó el relato, sacó de su bolsillo una bolsita con más semillas, les dijo que en total había diez tipos de semillas diferentes contando con las que ya estaban plantadas. Los ancianos decidieron plantar todas en aquella chabola repartidas en diferentes ubicaciones del suelo. –
 
-          Finalmente plantaron el último tipo de semilla en el centro de la chabola. Los ancianos se reunieron y dictaminaron los sentimientos restantes a cada una de las semillas que faltaban dividiendo los sentimientos de la forma que te he contado antes; de tal manera que empezaron a regar las semillas nuevas con las lágrimas formadas por la frustración, la satisfacción, la ansiedad, la nostalgia y la desilusión. -
 
-          Las semillas plantadas en el centro de la chabola eran regadas con lágrimas originadas por el odio que sentían hacia sus señores causantes de tanta desgracia y muerte para con los suyos. Éste sentimiento era de lejos el más fuerte y abundante, además de fácil de conseguir y pronto comenzó a alzarse sobre el suelo una vigorosa planta con tonalidades negras y con flores acampanadas parecidas a las de las calas, de un negro azabache brillante, realmente era una planta que infundía respeto y en cierta medida temor. –
 
-          Con el paso del tiempo, se dieron cuenta de que al respirar el aroma de las plantas, te invadía un sentimiento en todo tu ser directamente ligado al tipo de lágrimas con las que se regaban las plantas. Empezaron a estudiar aquel fenómeno hasta conseguir que al aspirar el aroma de las plantas, en la persona en cuestión actuaba de una manera casi sobrenatural aquel sentimiento. –
 
-          Pronto se dieron cuenta del gran potencial que tenían entre sus manos, y no tardaron en prestar especial atención a la planta que crecía majestuosa en el centro de aquellas ruinosas paredes. –
 
-          Cuando pasabas tiempo cerca de ella o estabas lo suficientemente cerca como para oler al aroma que desprendía sus flores, te ibas sintiendo cada vez peor, y solo te curaba el reposo y la lejanía de aquella planta. –
 
-          Cuanto más tiempo pasaba y más crecían las plantas, aquella acción sobrenatural e inexplicable iba cogiendo más intensidad y fuerza, tanto en los sentimientos positivos como en los negativos. –
 
-          Con el paso de los años, las plantas habían crecido lo suficiente como para poder hacer esquejes de ellas sin dañar en exceso la planta. –
 
-          Por fin, y gracias a su notable paciencia, tenían ante ellos la llave de la libertad, era un movimiento arriesgado y no sabían si funcionaría, pero si triunfaban, tenían la libertad de su pueblo para siempre, y si no, estarían condenados a la esclavitud el resto de sus días. –
 
-          Todo estaba listo, llevaban días confeccionando jarrones de arcilla hechos con la arena del suelo en donde labraban, y los habían adornado con diferentes abalorios encontrados en diferentes lugares, todo servía, desde hojas secas de los cultivos, a guijarros o incluso plumas de los pájaros que a veces iban a morir a aquellos solares interminables. –
 
-          En cada jarrón habían puesto un esqueje de la planta regada con las lágrimas del odio, y tenían como misión regalar aquel presente a todos y cada uno de los señores que dominaban a su pueblo; habían estado debatiendo largamente quien debía hacer aquellos regalos, finalmente se decantaron por los niños más jóvenes del pueblo para apelar a la inocencia del presente y enmascarar en la mayor medida de lo posible aquellos regalos. –
 
-          En todas las casas de los señores, había un jarrón con aquel esqueje, habían aceptado el regalo bajo el pretexto de alguna enrevesada falacia de gratitud hacia ellos. Ahora tan sólo tenían que demostrar una vez más su paciencia y sentarse a esperar los acontecimientos. –
 
-          Éstos no se hicieron esperar mucho, a los pocos días, comenzaron a enfermar, y a las pocas semanas a morir, a los meses la población de los señores estaba diezmada en su totalidad; no se lo podían creer, eran libres para siempre, los años de esclavitud, torturas y trabajos forzados habían llegado a su fin. –
 
-          Bien… nosotros somos los descendientes directos de aquella gente; a lo largo de los siglos hemos ido introduciendo gente pura de corazón para ir renovando sangre. – Dijo volviendo en sí.
 
-          ¿Pura de corazón? –
 
-          Si, gente que actúa por el bien de los demás sin pedir nada a cambio, actúan de una forma altruista por el bien ajeno, como hiciste tu ayer en la cafetería al defender a mi hija de aquellos borrachos. –
Me sonrió de una manera tremendamente cómplice y se levantó del sillón, se acercó a un gran armario que había a la derecha del escritorio, y sacó una llave que la llevaba en un colgante atado al cuello. Abrió aquel gran armario y sacó un cofre casi idéntico al suyo, me lo puso en frente y me cogió la mano para ponerme en ella una pequeña llave hecha de plata.
-          Aquí tienes tu cofre, llena los botes con pretextos benignos y siempre te irá bien en la vida. – Me dijo mientras se dirigía a la puerta de la biblioteca.
 
-          Sígueme. – Me ordenó con cariño.
Comenzamos a recorrer una infinidad de pasillos, bajando y subiendo escaleras, cruzando puertas… desde luego, si me hubieran dejado sólo, me habría perdido sin lugar a dudas. Tras unos largos minutos serpenteando dentro de la casa, llegamos a una estancia en la que en la pared del fondo había unas puertas acristaladas tan amplias que llegaban del suelo al techo, eran blancas y los cristales traslúcidos.
El anciano abrió los grandes ventanales y ante nosotros se reveló un inmenso jardín, el más grande y bonito que jamás había visto, estaba completamente amurallado con fronteras que parecían intentar llegar al cielo, pero debido a la gran inmensidad de aquel jardín no tenías la sensación de encontrarte entre muros.
Estaba dividido con parcelas que se delimitaban con las propias flores y árboles, entre las parcelas florales había pequeños pero acogedores pasillos de tierra que te permitían recorrer cada rincón de aquel tesoro floral.
También había numerosas personas absortas en lo que parecía sus labores de jardinería, hablaban entre ellas mientras regaban y podaban.
Bajamos unas grandes escaleras talladas en mármol para acceder al jardín, una vez en el suelo, tanto a mano derecha como a izquierda, había dos grandes terrazas presididas por dos grandes pérgolas de acero pintadas de blanco. Nos sentamos alrededor de una mesa circular hecha del mismo material que la pérgola.
-          Veras, nosotros nos dividimos principalmente en dos grandes grupos, los Invernales nacidos en invierno y otoño, y los Estivales, nacidos en verano y primavera; esto no influye en más que en el desarrollo de ciertos sentimientos frente a otros, es decir, los invernales son más propensos a la satisfacción, la nostalgia… y los estivales más propensos al amor… claro que siempre hay excepciones. –
 
-          Esto influye en la energía que se vierten a las plantas y por consecuencia a su desarrollo y crecimiento. –
 
-          Entiendo... –
Mientras hablábamos, nos tomamos unas infusiones. Resultaba un poco amarga pero el sabor final era agradable.
-          Ven, te mostraré tu parcela… - Me dijo cuándo nos hubimos terminado las infusiones.
Comenzamos a serpentear por aquel inmenso jardín.
-          Deberás aprenderte el camino si no quieres perderte. – Me dijo con la sonrisa de un niño.
Cada vez que nos cruzábamos con alguien, dejaban lo que estuvieran haciendo y saludaban efusivamente al anciano. Había gente de todas las edades, sexos y razas.
Tras un buen rato serpenteando por parcelas repletas de flores, llegamos a una que estaba vacía. Desde mi parcela no se veía la casa, estábamos bastante alejados y las demás parcelas repletas de flores y arboles no ayudaban precisamente a ubicarte. Mirara por donde mirara me rodeaba plantas. Era realmente acogedor.
-          Toma, estas son tus semillas. – Me dijo mientras se sacaba una bolsita de plástico del bolsillo.
 
-          Son las semillas de las plantas que hemos estado comentando. Te habrás fijado en que aparte de las flores, también hay árboles en las parcelas, concretamente dos, los arboles sirven de guía para las plantas, una especie de protección y talismán para éstas, plántalos en sitios opuestos para “abrazar” el conjunto de la parcela y de las plantas. ¿Qué dos árboles quieres? –
 
-          Me gusta el sauce llorón y el álamo. –
 
-          Curiosa elección. ¿Sabes cuál es la simbología de tus árboles? –
 
-          Sinceramente no, simplemente me gustan desde niño, siempre me he fijado en ellos cuando los he tenido cerca. – Le decía con sinceridad.
 
-          El sauce llorón tiene varias simbologías, resumiendo entre las diferentes culturas que hay, el sauce llorón evoca la melancolía y la continuidad, en oriente se usa este árbol para evitar a los malos espíritus, y para los celtas, es un árbol sagrado ligado a la muerte. Al igual que el álamo, que está directamente ligado con las almas. Son dos árboles con una fuerte carga mística y espiritual. –
 
-          Los árboles se riegan con el conjunto de las lágrimas de los diferentes sentimientos, no se hace diferenciación, debido a su gran tamaño y fortaleza, en ellos se aceptan el conjunto de sentimientos. – Me explicaba.  
 
-          Cultiva tus flores y árboles con bondad y humildad en el corazón, y usa sus propiedades con positividad y para el bien, de este modo tendrás prosperidad el resto de tu vida. – Concluyó.  
Y diciendo esto, me dio un fuerte apretón de manos mientras me sonreía. Se giró y se perdió entre los diferentes pasillos que formaban las parcelas florales, dejándome a solas con mis semillas.