miércoles, 1 de marzo de 2017

El buscador de almas.


Nuevo mes, nuevo relatosueño… Hoy quiero compartir contigo el segundo Relatosueño, el cual, lo titulé:  

“El buscador de almas”

Lo considero un relatosueño muy emotivo con una carga emocional bastante alta.

Espero que te guste…
 
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- ¿Diga? -.
 
- Hola, buenos días. ¿Es usted Gabriel? -.
 
- Si, así es -.
 
- ¿El doctor Gabriel? -.
 
- Sí, sí, ¿En qué puedo ayudarle? - Me salió esa pregunta pues la carga de ansiedad y angustia que detecté al otro lado del teléfono me sobrecogió el corazón, aunque lamentablemente me era común. Aun así y a pesar de haber recibido alguna que otra llamada similar, uno nunca se acostumbraba…
 
- Por fin doy con usted, ¿sabe?, no es tan fácil encontrarlo, he tardado meses en conseguir este teléfono, me he metido en foros, hablado con amigos he incluso he visitado cientos de veces el hospital en el que trabajó, aunque allí no saqué nada en claro -. Me decía atropelladamente.
 
- Si, no tengo muchos amigos en el gremio, aunque eso es otra historia… pero cuénteme, ¿Por qué tanto afán por dar conmigo? -. Le insistía.    
 
- Me llamo Ainoa y necesito su ayuda pues mi hijo Elías lleva en coma seis meses y ya no puedo hacer frente a las facturas del hospital, además, se han dado por vencidos y me han dicho que ya no pueden hacer nada por él. – Hablaba entrecortada y cada pocas palabras sorbía por la nariz aparatosamente delatando que lloraba desconsoladamente.   
 
- Muy bien, no se preocupe y tráigame a Elías. Vaya al… - No me dejó acabar la frase cuando estalló en lloros.
 
- ¡Muchísimas gracias!, ¡Es usted un ángel! –.
 
- Bueno, bueno, todavía no he hecho nada –.
 
- Sólo con prestarme su ayuda ya es más de lo que han hecho por mí estos últimos meses -. 
 
- Bueno…, como le decía, vaya al hospital y arregle los papeles, que créame, le llevará su tiempo -.
 
- Muchas gracias – según le iba aclarando qué hacer, se iba calmando poco a poco y los sollozos fueron desapareciendo paulatinamente.
 
- Le harán muchas preguntas acerca de dónde va a llevar a su hijo, usted muéstrese seca pero no grosera y dígales que ha contratado los servicios de una enfermera que le cuidará en su casa -. Le iba explicando despacio.
 
- Deme su dirección y mañana a las ocho de la mañana les recogerá una ambulancia;   cuando vengan podremos charlar más detenidamente y entrar en detalles -.
 
- Muchísimas gracias, no puedo expresar con palabras como me siento ahora mismo, muchísimas gracias. – Colgó el teléfono y en mi despacho volvió a reinar un silencio sepulcral tan sólo roto por el rítmico sonido del reloj de péndulo de mi abuelo que presidía toda aquella estancia.   
 
Al día siguiente alrededor de las diez de la mañana llegó la ambulancia, tardaron más de lo que había imaginado, pero no me extrañó en exceso pues transportar a un paciente en coma, es mucho más complicado de lo que parece. – Buenos días. – Me gritó Ainoa nada más bajarse y ver que los estaba esperando de pie en la entrada de mi casa. –
 
- Buenos días ¿Qué tal ha ido todo? – Les dije mientras me acercaba a la ambulancia para ayudar a los enfermeros a trasladar al paciente a su nueva estancia. – Bien, es la primera vez en mucho tiempo que duermo las ocho horas reglamentarias. – Su voz delataba entusiasmo y expectación, pero su mirada guardaba nerviosismo y cierto grado de escepticismo.
 
Finalmente, cuando dejamos a Elías instalado y los enfermeros se marcharon, nos quedamos los tres solos en casa. – ¿Le apetece un café? – Si gracias, a pesar de haber dejado todo preparado por la noche, no me ha dado tiempo a desayunar como es debido, además tengo que reconocer que tengo el estomago un poco cerrado –.
 
Nos quedamos en la cocina pues por la ventana entraba un sol tenue muy agradable y olía a café recién hecho. – Y bien, cuénteme cómo se quedó su hijo en coma. - De repente la atmósfera que nos rodeaba se tiñó de tristeza. – Tuvimos un accidente de coche, era de noche y estaba nevando. – Ella sostenía la taza de café caliente entre sus manos abrazándola, y su mirada estaba perdida y sin rumbo aparente, abstraída totalmente en el relato que estaba, más que contando, reviviendo. – Mi marido conducía y volvíamos de casa de unos amigos de cenar. Cuando tomamos una curva, un camión nos cegó y nos sacó de la carretera dando varias vueltas de campanas según caíamos por un terraplén. Mi marido murió en el acto, mi hijo se quedó en coma al darse fuertemente en la cabeza y yo me rompí un brazo y la cadera. – Por cada palabra que decía se le iban llenando los ojos de lágrimas hasta que comenzaron a deslizarse por ambas mejillas.
 
- Lo siento mucho, pero ahora lo importante es recuperar a su hijo Elías. – Cuando pronuncié su nombre, salió del trance y sus ojos volvieron a cobrar vida. – Por favor, tutéame. – Y sonrió mientras se secaba las lágrimas. 
 
- Ven, quiero enseñarte una cosa. – Nos dirigimos al piso de arriba y le mostré mi despacho. Cuando entró comenzó a mirar todo con los ojos bien abiertos como hace un niño que entra por primera vez en una tienda de juguetes. – ¡Vaya, que reloj más impresionante! – Si, era de mi abuelo, pasó a mi padre y ahora es mío. – Ella no me miraba sino que iba radiografiando cada centímetro de mi despacho.
 
- Eres médico y psiquiatra ¿Qué edad tienes? – Me decía mientras observaba mis diplomas. – Si, suele llamar la atención, lo que pasa es que me las saqué simultáneamente. - ¿Eres superdotado? – Me preguntó levantando una ceja. – No, es simplemente que me gusta lo que hago. – Me miró unos segundos de arriba a bajo y continuó observando las paredes.    
 
Cuando su vista se paró en la pared que daba justo enfrente a mi mesa, se detuvo y sus labios se tensaron formando una línea recta muy marcada, estuvo largo rato estudiando cada fotografía que había colgada, al cabo del tiempo se giró y se quedó mirándome sin decir una sola palabra. – Si, son ellos… – Pude articular esas palabras con dificultad pues su mirada me dejó sin respiración. - ¿Todos? – No son muchos pero sí, son las diecinueve almas que he logrado encontrar y traer. – De modo que mi hijo es el número veinte. – Lo dijo casi en un susurro que apenas pude alcanzar a escuchar. – No. – Me dirigí a mi mesa y de uno de los cajones saqué otras tres fotografías. – Es el… veinticuatro. – No pude encontrar estas tres almas. – La miré y una lágrima se me escapó involuntariamente del ojo. Ella se giró y mientras miraba aquella pared dijo en un susurro, casi diciéndoselo a ella misma… – Confío en que la foto de mi hijo estará colgada en esta pared algún día -.
 
Estuvo un rato más observando aquellas caras, y tras unos minutos en silencio, que a mí se me hicieron horas, logré reunir fuerzas y rompí el silencio. – ¿Cuántos años tiene Elías? – Diecisiete. – Según dijo su edad, se giró y al verme sentado en mi mesa, cogió la silla de enfrente y se sentó de cara a mí. – Bien, al tratarse de un menor, tienes que firmar estos papeles. – Se los extendí, le ofrecí un bolígrafo y automáticamente comenzó a firmarlos. – No quieres… - No acabé la frase cuando ella levantó la mirada y la clavó en mis ojos, no dijo una palabra pero sabía perfectamente qué me estaba diciendo, por un lado tanta confianza en mí me halagaba pero al mismo tiempo me invadió una sensación de presión. Bajó la mirada y continuó firmándolos. – No le voy a suministrar más medicamentos de los estrictamente imprescindibles, como por ejemplo el suero. Tenemos que conseguir que esté lo más cómodo posible. - Ella levantó la mirada otra vez y se esforzó en dibujar una sonrisa en su rostro.
 
- De lunes a viernes vendrá Samanta, una enfermera que ha trabajado conmigo desde el principio, y los fines de semana vendrá Noelia, una enfermera en prácticas que está acabando la carrera. Yo cubriré los gastos de todo excepto el sueldo de Samanta -.
 
- Me parece justo -.
 
- Te puedes quedar en mi casa, en el cuarto de invitados, todo el tiempo que dure el proceso, o bien, te puedes ir a tu casa y venir cuando quieras, pero he de decirte que para él, es mejor tu presencia cerca el mayor tiempo posible –. Le explicaba.  
 
- Preferiría quedarme aquí -. Dijo sin atisbo de duda.  
 
- Muy bien, ¿Alguna pregunta? -. Me miró frunciendo el ceño, y finalmente se atrevió a preguntarme… - ¿Por qué haces esto? -.
 
- Bueno, estoy escribiendo un libro sobre el coma y experiencias extracorpóreas, y qué mejor bibliografía que casos reales contados por personas que lo han vivido en primera persona -.  
 
- ¿Y? -.
 
Esa pregunta me pilló por sorpresa y me heló la sangre. – Esa excusa es la que cuentas a la gente pero… ¿Hay más, verdad? -.
 
- ¿Como…? -.    
 
- No sé, te lo noto en la mirada y en como hablas del tema desde el más profundo respeto, no nos conoces de absolutamente nada y nos tratas como si fuéramos viejos amigos. -. Me decía mirándome a los ojos.   
 
- Está bien, aunque lo del libro es verdad, perdí a mis padres en circunstancias similares a las que me has contado, en esa época era un simple estudiante y no puede hacer nada, simplemente miraba impotente cómo me los iban arrebatando de mi lado poco a poco sin solución. Cada vez que encuentro un alma nueva y la traigo de vuelta con sus seres queridos, es como si me acercara un poco más a mis padres. En cierto modo es un poco egoísta -.
 
- Yo no veo el egoísmo por ningún lado -. 
 
Nos miramos sin decir nada, guardé los papeles en mi archivo y me levanté de un respingo sobresaltándola un poco mientras decía frotándome las manos… – Manos a la obra -.
 
Vivía en un chalet individual de setecientos metros cuadrados a las afueras de la ciudad, disponía de más espacio del que necesitaba por lo que había acondicionado el salón de tal modo que parecía una gran habitación de hospital pero sin la frialdad y la seriedad que las caracterizan. Bajamos los dos al salón, y nos quedamos mirando a Elías desde la puerta, ahí estaba tumbado en una de esas camas de hospital con el respaldo ligeramente inclinado, el sol incidía en las sabanas blancas generando un alo resplandeciente que te hacía entornar los ojos ligeramente, a los lados de la cama había todo tipo de aparatos conectados al chico, el respirador autónomo, el lector cardíaco, el encefalograma… la cama estaba al lado de unos inmensos ventanales de tal modo que si tuviera los ojos abiertos podría ver el jardín de fuera con sus flores y árboles. En frente, había unos sillones de diferentes tamaños que formaban un semicírculo, en el centro del cual, había una gran televisión, flanqueada por grandes estanterías del suelo al techo, llenas de libros y objetos de decoración.
 
- Hoy es viernes, tendría que venir Samanta pero le he dado el día libre para que pudiéramos hablar e instalar a tu hijo más cómodamente, mañana sábado vendrá Noelia, ambas tienen las llaves de la casa  por si cuando ellas vienen no estamos, por lo que si algún día entras en el salón y las ves, no te asustes. – Le comentaba.
 
Siempre hacen la misma rutina, llegan, hacen sus tareas, y se marchan después de tomarse un café con nosotros, normalmente están un par de horas y vienen a primera hora de la mañana y a última de la tarde. - Ella asentía para indicarme que comprendía toda la nueva información que iba recibiendo.
 
- Ya casi es la hora de comer, después, te vas a ir a tu casa y vas a traer toda la ropa de Elías así como todo lo que puedas de su cuarto, fotos, posters, figuras, sus CDs, y también su almohada y sus sábanas. -  Ella no me reprochaba nada aunque a veces me miraba con cierto escepticismo.
 
Nada más acabar de comer, se fue a su casa a por todas las pertenencias del chico. Llegó después de cuatro horas y según descargábamos las cosas del coche me preguntó. – ¿No sería más fácil llevar a Elías a su cuarto en vez de traérselo aquí? - ¿Cabría la cama y todos los aparatos en su cuarto? – Le pregunté mientras señalaba hacia el salón. – No. -
 
- ¿Las coloco tal cual estaban en su cuarto? -
 
- No, hay que colocarlas inversamente a su apego emocional, es decir, lo que más importancia tiene para él, hay que colocarlo lo más lejos posible, y lo que menos le guste se coloca pegado a él, aunque siempre dentro del salón, generando un camino circular que se va estrechando según se acerca uno a su cuerpo. Es parecido al efecto que generan las luces paralelas de un aeropuerto que indican a los aviones donde tienen que aterrizar. Solo que en esta ocasión no se tiene que colocar los objetos de una manera paralela, sino repartidas por la estancia porque no sabemos desde qué dirección puede entrar. -        
 
- Entiendo. -
 
Tardamos toda la tarde en dejar el salón ordenado con sus cosas, ahora la estancia era mucho más acogedora y por qué no decirlo, divertida, con todos aquellos posters colgados de las paredes y todos sus libros y diversas figuras repartidas por las estanterías y mesas.
 
- A partir de ahora, vamos a realizar todas las comidas en la mesa del salón. – Estaba ubicada nada más entrar, era de madera y bastante grande, contaba con ocho sillas repartidas a su alrededor.
 
- ¿Por qué? – Me preguntó extrañada.
 
- Los olores son una parte esencial en la transición de los recuerdos y por lo tanto es un magnifico reclamo para Elías. ¿Nunca has ido andando por una calle, absorto en tus pensamientos y de repente te has parado en seco porque una ráfaga de viento impregnada de un olor característico te ha hecho recordar situaciones pasadas? –
 
- Si, muchas veces, además te transportas con mucha facilidad a esos recuerdos. -
 
- Eso es, pero el problema es que para lo que para ti es un olor característico que te hace viajar al pasado en cuestión de segundos, para otra persona no significa absolutamente nada, incluso si vas acompañada y te pasa eso, seguramente la otra persona te pregunte  por qué te paras. -  
 
- Por eso tienes que usar la colonia que usabas antes de que pasara todo esto, a él, le pondrás su colonia, y cada día rociaremos levemente el salón con la colonia que usaba tu marido. – Al decir esto último observé que su corazón se encogía. – Sé que es duro, pero ahora tenemos que pensar exclusivamente en tu hijo. – Traté de consolarla con esas palabras y al girarse y ver la cara de su hijo con los ojos cerrados, se recompuso enseguida y me asintió para indicarme que todo iba bien.  
 
- También necesito que pongas en los lugares que yo te diga fotos tuyas, de tu marido y suyas, cuantas más tengas mejor. -
 
- ¿Qué solíais cenar? -
- Nada especial, la mayoría de las noches nos hacíamos sándwiches de embutido calentados en la tostadora. -
 
- Muy bien, eso es lo que cenaremos hoy. - Nos fuimos a la cocina a preparar la cena, al ver que sacaba tres platos, se quedó muy seria. - ¿Vamos a tener visita? – No, sé que va a ser muy duro, pero en todas las comidas vamos a poner un plato para él. – En ese momento se dejó caer en la silla y rompió a llorar. - ¿Has oído hablar de las experiencias extra corporales? – Le pregunté como si no pasara nada. - ¿Cómo los viajes astrales? – Me contestó con los ojos casi cerrados. - Algo así. Uno de mis pacientes al despertar me dijo que se había visto desde arriba de la sala, como si estuviera en el techo, y que podía oír y observar todo lo que pasaba a su alrededor, incluso se veía a sí mismo tumbado en la cama, pero que todo aquello le resultaba terriblemente confuso y que no sabía como reaccionar, si por lo que fuera tu hijo viniera y nos viera cenando…, si observa que hay un plato caliente y que estamos nosotros solos, puede que le aclarase las cosas y que dedujera que ese plato es para él. - 
 
- ¿Y vamos a tirar a la basura todos los días tres platos de comida? -
 
- No te preocupes por eso, se lo comerán mis perros sin ningún tipo de remilgo. – Al decir eso, esbozó una ligera sonrisa. - ¿Qué pasa? – A Elías le encantaban los animales y en especial los perros, no sabía que tú tuvieras. - En ese caso durante el día dejaremos que entren en casa y que estén por el salón, ¿Quién sabe? Los animales son un fuerte estímulo para las personas siempre y cuando a éstas les gusten los animales, claro. He leído numerosos artículos en los que hablan muy bien de las terapias con animales, incluso en una ocasión, sacaron resultados prometedores del avance con niños autistas después de una jornada de hípica. -
 
Los días iban sumándose desesperadamente en mi conciencia pues no parecía que Elías mostrara ningún tipo de mejora. Y a pesar de los esfuerzos de su madre, de las enfermeras y del mío, parecía que revivíamos el mismo día una y otra vez, ya que aunque la rutina era necesaria, en ciertas ocasiones se volvía irritante. Ainoa trabajaba en una tienda de ropa a media jornada, por lo que se ausentaba de la casa en contadas ocasiones. En mi caso, apenas salía de aquellas paredes salvo para ir a hacer la compra y para realizar mis largas caminatas diarias por el prado que daba justo detrás de la casa.    
 
- ¿Qué le has puesto en la mano? -
 
- Una atadura emocional. - Ainoa estaba delante de su hijo mirándome recelosa y señalando a la mano de su hijo, éste mostraba un hilo fino y blanco atado del dedo índice de su mano al respaldo de la silla donde ella solía pasarse numerosas horas acompañando a su hijo. Al ver que mi contestación no le aclaró absolutamente nada, me acerqué y se lo expliqué desde el principio.
 
- Se trata de una atadura emocional, una de las almas que encontré, una mujer de sesentaicinco años, me explicó que su experiencia en el coma había consistido en lo siguiente: me dijo que se hallaba en un pequeño bote de remos aunque carente de éstos, el agua estaba tremendamente fría, casi congelada por lo que aun sabiendo nadar, no se atrevió a saltar al agua y ponerse a nadar, tampoco le habría servido de nada pues estaba rodeada de una espesa niebla que tan sólo le permitía ver a unos cinco metros a la redonda, no podía ver la costa, ni montañas, ni árboles que le dieran una pista de hacia dónde podría ir nadando. Ella gritaba pidiendo ayuda pero parecía que su voz rebotaba en la niebla y jamás nadie contestó a su petición de socorro, tan sólo recibió como respuesta un ensordecedor silencio; pasaron los días aunque la niebla era tan espesa que le resultaba muy complicado discernir si era de día o de noche y aquel imponente silencio tampoco le ayudaba nada pues ni siquiera oía el canto de los pájaros o de insectos.
 
Pasaron semanas pero su ansiedad, normal en esas circunstancias, era inexistente, no pasaba hambre ni sed, tan sólo le abrumaba la intensa y silenciosa soledad que se cernía sobre sus hombros. Una mañana al despertarse, observó que en la proa había atado un gran cabo de marinero que se extendía más allá de la niebla perdiéndose entre sus entrañas, no lo dudó ni un segundo y comenzó a tirar del cabo cautelosamente pero sin perder el ritmo de sus brazos, ocasionando el avance del bote, iba tirando del cabo de tal manera que éste se iba enrollando en la cubierta del bote, tras unos minutos recogiendo aquel gran cordel, logró atisbar un pequeño embarcadero al que en uno de sus mástiles llegaba el cordel que estaba ella tirando, de tal manera que el cabo unía el bote con el embarcadero. Era un embarcadero de madera muy pequeño pero que presentaba una estructura muy recia y resistente, ella aceleró los movimientos pues veía que cada vez estaba más cerca del embarcadero. Finalmente logró llegar a éste, se puso paralelo a las tablas de madera y cuando estuvo lista, saltó sobre él. -
 
- Me dijo entre lágrimas que cuando puso los pies en aquel embarcadero se despertó del coma volviendo súbitamente a la habitación del hospital. –
 
- Al igual que a tu hijo, a ella le até un hilo del dedo índice de su mano a la pata de la mesa que estaba junto a su cama, aquel hecho, estableció, no sé como, una atadura emocional entre los dos “mundos” de tal manera que cuando le até el hilo, apareció el cabo en el bote. -
 
- Con esto no te quiero dar falsas esperanzas. - Se lo dije pues observé que se inclinó sobre el respaldo de la silla con cierto entusiasmo en sus ojos. – Pero por otra parte no quiero descartar ninguna posibilidad. -
 
Pasaron las semanas, algún que otro día, había ciertas mejoras tanto físicas como psíquicas, pero eso de vivir en un pico de sierra era agotador, sobre todo para Ainoa que no había pasado nunca por este trance. A veces los instrumentos daban lecturas esperanzadoras pero al día siguiente parecían una invención del pasado.
 
- Tenemos que aumentar el estímulo auditivo, sé que le hablas y lees todos los días pero cuando tú no estés, quiero ponerle su música favorita o la que… -
 
- Le sea familiar.- Me cortó y acabó ella la frase, ya comprendía la mecánica de mis métodos, y aunque nunca me cuestionó de una forma directa mis actos, ahora daba por sentado que todo lo que hacía o le decía era por su bien, y más importante todavía, con esos actos había conseguido encontrar a veinte almas. 
 
Se levantó y fue hacia uno de los cajones que había en la librería del salón, estuvo unos minutos escogiendo un CD y lo puso en el reproductor.
 
Cuando todo el salón estuvo inundado por aquella música… - ¿Cómo funciona o en qué consiste este tipo de estimulo? – Me preguntó según se sentaba en su ya habitual silla junto a la cama de Elías.
 
- Imagínate que te levantas un día en un claro de unos quinientos metros cuadrados, una estancia verdaderamente inmensa, y que está rodeada por un círculo perfecto de árboles, todos inmensos, se podría decir que sus copas acarician el cielo, con grandes troncos y entrelazadas ramas y que son idénticos, hasta el último detalle; para observarlos más de cerca, andas un rato y cuando estas a su lado, te das cuenta de que no hay ni pájaros, ni una rama caída, ni insectos, nada. -
 
- El suelo está tapizado por césped que te acaricia tus descalzos pies según andas, siendo de un verde casi antinatural que se mece esporádicamente cuando la brisa pasa rozando su superficie. -
 
- Te paras a escuchar algún ruido pero tan sólo escuchas silencio, ni siquiera la brisa ocasiona el más leve ruido; cuando tomas conciencia de donde estás, decides al azar, ya que no hay nada fuera de lugar como para tomar una referencia, tomar un camino y te pones a andar, atraviesas los árboles y cuando llevas un par de horas andando, ves a lo lejos lo que parece un claro, aceleras el paso y efectivamente, llegas a un claro, cuando estas en medio de ese claro, giras sobre ti mismo y te das cuenta de que una multitud de idénticos árboles forman otro circulo. -
 
- Descansas un rato pues llevas largo tiempo caminando y escoges al azar otra ruta, pero eres inteligente, por lo que antes de tomar otra dirección y volverte a aventurar en el bosque, te quitas la sudadera y la dejas tirada en el suelo, para averiguar si estás en otro claro o en el mismo, cosa que te extrañaría sobremanera ya que tú no has andado en círculos sino en línea recta. Escoges otra dirección y te adentras en el bosque, al cabo de un par de horas llegas a un claro, y observas horrorizado que tu sudadera está en el centro del circulo tirada en el suelo; está anocheciendo por lo que dejas pasar la noche mientras descansas. -
 
- Pasan los días pero a pesar del cansancio no tienes ni hambre ni sed, has intentado salir de aquel circulo rodeado de árboles, ya no sabes las veces, hasta que un día cuando estas tumbado boca arriba con tu sudadera como almohada, te parece oír una música que te es familiar, te incorporas de un brinco y te paras a agudizar el oído, efectivamente, se oye a lo lejos y de una manera muy leve una canción que te gusta mucho, suena por detrás de los árboles, detectas la dirección de la música y te adentras otra vez en el bosque. -
 
- Cuando llevas un par de horas andando guiado por la música que oyes cada vez más fuerte y clara, te fijas en que detrás de un árbol hay un reproductor de música, cuando estás al lado, pones tus manos en el reproductor de música, y te despiertas súbitamente en la habitación de un hospital rodeados por tus padres. -
 
- Eso le pasó a un paciente tuyo, ¿verdad? -
 
- Así es, a un universitario de veintisiete años que se quedó en coma tras un aparatoso accidente de moto. - Al decir eso, compuso un gesto de dolor y se levantó a la cocina a por un vaso de agua.
Pasaron las semanas, un día cuando estaba desayunando antes de lo normal, ella bajó con una cara de dolor más acusada de la que solía tener, no me hizo falta decir nada cuando nuestras miradas se cruzaron pues casi en un susurro me dijo: - Mañana es el cumpleaños de Elías. -
 
- Ya no aguanto más, ha pasado más de un año y todo sigue igual, estoy empezando a perder la esperanza. – Me dijo entre lágrimas.
 
- Muy bien, termina de desayunar, coge tu abrigo y sígueme. – La ordené.
 
Salimos a dar un largo paseo, ya era invierno, el paisaje era muy agradable a la vista, estaba todo cubierto por una finísima capa de nieve por las leves nevadas de las noches anteriores, los árboles estaban desnudos y tan sólo les cubría un pequeño velo blanco, apenas había gente por las calles, cosa que agradecí pues nos concedieron un ambiente más íntimo y relajado.
 
- ¿Recuerdas las tres fotografías que tengo guardadas en el cajón? -
 
- Si, las almas que no lograste encontrar. - Seguía con los ojos llenos de agua, pero parecía más relajada. El viento frío en la cara parecía que le sentaba bien, o quizás era el no estar entre esas paredes.   
 
- Pues bien, una de esas tres sí la encontré. – Seguíamos andando pero ella me miró fijamente a los ojos. – Me acuerdo perfectamente, se llamaba Arancha, era una anciana de ochentaicuatro años, llevaba en coma tres meses y los médicos no sabían el porqué, no se había dado ningún golpe ni se había caído recientemente, no había tenido ningún accidente… no se lo explicaban, por lo que su hijo contactó conmigo como hiciste tú. Él trabajaba muy lejos y raro era el día que tenía libre, pero siempre que podía lo pasaba en mi casa. - 
 
- Debió de recibir alguno de mis estímulos, pues al octavo mes de estar en mi casa se despertó, su hijo no estaba y las enfermeras se habían marchado, por lo que la única cara que vio al despertarse fue la mía. -
 
Seguíamos caminando y ella prestaba atención a cada una de las palabras que salían de mi boca. – Me impactó su reacción, cuando nuestros ojos se encontraron me sonrió, me sobrecogió el corazón pues lo habitual hubiese sido que se asustara o que estuviera desorientada al no encontrar a nadie conocido, pero no, las lecturas de los aparatos eran las mismas que las que presentaría si se hubiese despertado de la siesta, y aquella sonrisa fue la más sincera de cuantas he visto. Apenas podía hablar por lo que me acerqué a su rostro, me dijo que ya había vivido suficiente, que su hijo tenía una vida plena y satisfactoria y que ya no la necesitaba, que estaba lista para irse, a mi se me llenaron los ojos de lágrimas pues su voz transmitía una serenidad desmesurada que me transmitía involuntariamente a mí. -
 
- Me hizo señas y le acerqué una hoja y un lápiz, con gran dificultad y sin poderse incorporar escribió unas líneas en la hoja, y me dijo que se lo entregara a su hijo en cuanto viniese. Se despidió de mí con la misma sonrisa con la que me recibió al despertarse, cerró los ojos y falleció a los tres minutos. -
 
- Llamé a su hijo inmediatamente y a las pocas horas se presentó, le dí la nota que había escrito su madre, y le dejé a solas mientras la leía y se despedía. - 
 
- ¿Leíste la nota? -
 
- No, nunca supe que ponía, cuando se despidió, salió del salón, me abrazó entre lágrimas y me dijo que nadie había hecho nada parecido por él jamás, me dio las gracias y se marchó. -
 
- Pero, si la encontraste, ¿por qué no la tienes colgada en la pared junto con las otras? -
 
- Porque no la encontré a ella, ella me encontró a mí, tan sólo vino a mí para poder despedir a su hijo. -
 
- Te cuento esto porque aquella mujer ya le tocaba marcharse, y sé que a Elías todavía le queda mucho por lo que luchar, sé que tarde o temprano la fotografía de su cara estará colgada de mi pared. - 
 
- Muchas gracias, necesitaba este descanso. - Y tras cinco horas andando, regresamos a casa a calentarnos al fuego.
 
A la mañana siguiente seguimos haciendo nuestra rutina de siempre y las semanas pasaban a nuestro lado riéndose de nosotros.
 
- Mira, ha llegado un paquete al nombre de “El buscador de almas”. - Me estaba quitando el abrigo pues acababa de llegar de dar un paseo, ella estaba en la mesa del comedor con el paquete entre las manos y con una expresión dulce e infantil.
 
- Hoy es treinta de Marzo, es un reloj. -
 
- ¿Cómo lo sabes sin ni siquiera acercarte? -
 
- Que ilusión, madre mía ya ha pasado otro año. -
 
- Es de Paulo. - Despertó del coma el treinta de marzo de hace siete años, y desde entonces siempre me regala un reloj, dice que renació éste día y que por lo tanto es motivo de festejos y regalos. Escogió un reloj pues dice que simboliza el tiempo, un tiempo que yo le otorgué al devolverlo a la vida. Vive en Perú, nos carteamos mucho. -
 
- ¡Qué bonito es! – Era un reloj de pulsera con la esfera negra y la correa color plata oscuro. – Mira, en este cuarto guardo el resto. – Le decía mientras subíamos al piso de arriba, saqué un gran estuche de madera con la tapa de cristal. – Aquí es donde los voy guardando año tras año. -
 
- ¿No los usas? – Me preguntó extrañada.
 
- No, no, estos son regalos simbólicos, es como si me regalara una figura, los guardo aquí y los observo en momentos de flaqueza, les doy cuerda periódicamente y les cambio las pilas cuando se agotan pero jamás los usaré. -    
 
- Bueno, vamos a cenar que se nos hace tarde. – Guardé el estuche con mi nuevo reloj y bajamos a la cocina a preparar la cena.
 
Ese día habíamos comido más de la cuenta y un poco tarde, por lo que la cena consistió en un par de piezas de fruta y unas infusiones, estábamos en la cocina pues no merecía la pena poner la mesa en el comedor del salón para tan poca comida.
 
- ¿Mama? - Los dos miramos por la ventana al oír la llamada pero no vimos a nadie en la calle. - ¿Mama? – En esta ocasión la llamada tuvo más fuerza, nos giramos súbitamente hacia el origen de la voz y nos miramos a los ojos, a ella se le calló la taza al suelo rompiéndose en mil pedazos y salimos corriendo hacia el salón.
 
Cuando llegamos, vimos a Elías incorporado sobre el respaldo de la cama con una expresión que a mí, me era familiar, todos mis pacientes presentaban la misma mezcla de sentimientos, con la edad variaba sensiblemente, pero todos al despertarse presentaban un semblante de tristeza y tranquilidad, que se borraba instantáneamente en cuanto reconocían a un familiar o ser querido. Elías no fue una excepción y aquel semblante se borró de su rostro en cuanto reconoció a su madre mientras corría hacia él con los brazos abiertos.
 
Tan sólo estaba encendida una pequeña lámpara en uno de los esquinazos del salón, estaba muy poco iluminado, por lo que encendí las luces principales para crear una atmósfera más amistosa ante los ojos de Elías. 
 
Revisé que todos los aparatos dieran lecturas correctas, me cercioré de que el chico estuviera bien tanto física como psíquicamente, y me subí a mi despacho para colgar su fotografía en la pared junto a las demás almas encontradas.
 
 
 
 

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